Ser moderno puede ser agotador. Hay que estar al tanto de tantas cosas. Hay que recorrer muestras de Louise Bourgeois, catar aceite de oliva, ir a fiestas convocadas por Facebook, saber quién es Pedro Lourenço. A mí, a veces, me gustaría decir, como la escritora argentina Silvina Ocampo, “no soy sociable, soy íntima”, y enroscarme en una pashmina auténtica y quedarme en casa leyendo a Edith Wharton. Pero no me sale.