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14 de septiembre de 2011

Diatriba

Contra los abogados

Contra los abogados

Por: Roberto Palacio

La primera vez que fui a los juzgados de Paloquemao y vi documentos amarrados con cabuya, a un juez de la República en los pasillos leyendo Condorito, me retiré de la facultad de Derecho. No había cursado más de tres semestres y aún la metamorfosis que ocurre en procesal general no me había convertido en un abogado. Pero no me cabe duda de que hubiera podido ser un gran leguleyo: caspa siempre he tenido, check; trago, putas, borracheras con defenestrada y laguna, check; traje a rayas, se consigue; cirrosis, se desarrolla; decadencia, soledad, vida disoluta, check, check, check. Menos mal no fui un leguleyo, me limpio la frente y digo shiuuuuw cada vez que lo pienso. Me hubiera gustado que las secretarias a quienes hubiera pellizcado me dijeran “doctor”, que en casas de lenocinio que hubiera frecuentado me dijeran “doctor”, pero más allá de la segunda botella igual te lo dicen... eso me cuentan mis amigos abogados.

Creo que nunca hubiera devenido en el filipichín que abre la tapa del motor con un pañuelo, emperifollados delincuentes que saludan bombeando la mano veinte veces, que abrazan en los velorios con parola. No me gustan los Audi, no encuentro ninguna sensación en ser amable entre semana y un rebelde los fines de semana en una Harley oliendo a Acqua di Gio. No me hubiera gustado tener un nombre altisonante y lisonjero como “Juan Fernando Soto” o “Daniel Aparicio Montaña”. Les pido perdón a estas personas, las reales, y espero paciente la demanda, pero no lo hubiera soportado.
Tampoco hubiera padecido a las abogadas: “Catalina Tapias”, con una prenda a la moda pero que rememora una falda escocesa, insegura, indolente, enamorada de ella misma, mujeres que debajo de la foto de la abuelita en la oficina apilan los juicios de lanzamientos de ancianos que compran apartamentos para ir a morir. En Terminator, cuando los índices de maldad debieron superar al de un flaco policía gringo sin partes móviles trajeron a una mujer; la T-X. Ella también había renunciado a sus ovarios por la “dura lex” y nos haría pagar a todos por ello; ya no codiciaba delicadas tardes de amor en Tahití sino cumplir sus metas del mes, aunque lloraba después de cada nano-polvo. Lo que no se muestra en la película es que la T-X había estudiado Derecho en el futuro. Su indiferencia al sexo era producto de su formación legal: nadie puede demandar por un mal orgasmo. 
O imagínese a las abogadas costeñas con nombres cacofónicos que comienzan y terminan con el fonema más detestable de todo el español: “ch”, “Chechi”, “Chachi”: 
“Aristóbulo Pupo Harb y Celena Escrucería Paternina de Harb invitan a la boda de su hija Chechi con el abogado Roberto Palacio, ceremonia religiosa oficiada por Joseph Ratzinger en el Contry Clú. Posterior recepción en el Muelle de los Leguleyos”.
No hacen falta más argumentos. Pero los quiero aportar… por mí, por aquello de lo que me salvé, por “Chechi”. Mi esposa “Chechi” ama las mochilas decorativas, pero lideró la expulsión de los uwa de su territorio sagrado para las petroleras. Eso sí, es una corroncha desparpajada, vivaz y ladrona, incapaz de concebir pensamientos sin propósitos… lo pienso y me ataca algo que media entre el desdén y la nostalgia por la pesadilla. 
Voy a una reunión —en el mundo en el que fui abogado—, alguien me saluda: “¡Doctor!”; “Doctor”, respondo yo, más serio porque como todos los abogados creo que yo no soy de los malucos. Llegan otros abogados:
“¡Doctor!”, “Doctor”, otro responde, “¿Doctor?”, “Doctor…”.
Todos se dan la mano. Al final la mano tiene ese vaho colectivo a deshonestidad, a policía que viaja en jet, a cítrico pretensioso y a chucha socialmente sublimada, huele a abogado, porque lo increíblemente ominoso es que no se puede ser abogado sin esculcar entre el basurero de las más bajas pasiones humanas, y como todo reciclador, ¿cómo no terminar untado? Por eso Legis hizo que los códigos vinieran plastificados. Los abogados que llenan su vida de lujos no se salvan; viven en una patente huida de la sordidez. 
Pero para qué nos mentimos, creo que si hubiera sido abogado, sería uno penitente, tristes criaturas que, como La Mosca, se odian hasta el final de sus días por haberse transmutado en especie indeterminada, y hubiera trabajado con comunidades, social-bacano, asesorando cultura, y nunca hubiera dicho que soy abogado sino que estudié Derecho… y que Dios me perdone, hubiera escrito poemas inspirados en “Chechi”… o en la T-X. Shiuuuuw.

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