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27 de mayo de 2013

Crónica SoHo

Una visita a la escuela de dobles

En Nueva York existe un lugar llamado Hollywood Stunts, donde hombres y mujeres que jamás se ganarán un Óscar se entrenan para arriesgar su propia vida como dobles de cine. Crónica desde un lugar lleno de estrellas desconocidas.

Por: Andrés Wiesner

A Bob Cotter lo mató un narcotraficante colombiano. Le disparó dos veces por la espalda, pero él siguió caminando hasta que se desvaneció por completo, mientras salía de su cuerpo ese líquido que utilizan en las películas para simular la sangre, y que se parece más a la salsa de tomate. Fue para un capítulo de La ley y el orden, una de las series policiales más populares de Estados Unidos, en la que Cotter debutaba interpretando a un policía encubierto. Y la escena quedó tan bien lograda que el coordinador de efectos especiales dijo: “Quiero a ese tipo en el equipo para siempre”.

Cotter llegó a la serie en busca de un puesto como doble, el trabajo que soñó tener desde niño. Durante los mismos días de su infancia en que vio a Bruce Lee en El avispón verde (The Green Hornet) interpretando a Kato, una especie de héroe que luchaba contra los criminales, se enteró de que las escenas más peligrosas de las películas no las hacía el actor principal, sino personas que arriesgaban su vida al reemplazarlos. Entonces pensó que él podría ser uno de ellos. Y cómo no, si era el único de su clase capaz de subir a la punta de los árboles y, con tan solo 8 años, se la pasaba recogiendo las palomas muertas que quedaban en los tejados de las iglesias de Manhattan.

El día de la audición para La ley y el orden lo midieron con la osada prueba de resistir entre el fuego. Cotter recordó entonces aquella tarde en que le faltaba recoger una paloma que colgaba de la esquina de un techo blandengue y resbaloso, y que significaba ganar una apuesta. De lograrlo, iba a obtener el respeto que no tenía entre sus compañeros, pues era un niño retraído que pasaba horas frente al televisor o trepado en las alturas. Entonces el pequeño Bob contó hasta diez, respiró profundo y caminó por el borde de la iglesia, mientras sentía que el tejado se desvanecía a su paso. Veinte años después, Cotter, vestido con uno de esos trajes que utilizan los automovilistas de la Fórmula 1 para resistir el calor, estaba en medio de las llamas, contando de nuevo y respirando profundo para lograr un cupo en la serie. Les sacó casi siete segundos a los demás aspirantes y los dejó sin ninguna posibilidad. En ese día de inspiración, nadie hubiera podido con Bob. Ni siquiera uno de los dobles más atrevidos en las escenas de incendios, el actor José Antonio Rojo, conocido como Antorcha Humana porque es capaz de prenderse fuego con el cuerpo desnudo.

Sin embargo, este neoyorquino de cincuenta y tantos años, quien trata de mantener en forma un cuerpo que a pesar del tiempo y la cajetilla de Marlboro que fuma a diario denota que alguna vez fue atlético, dice que el trabajo era suyo, porque para ese entonces ya hacía parte del sindicato de actores, el Screen Actor Guild (SAG). “Una vez que estás allí, eres parte del juego. Es como llevar un rótulo que dice ‘este es uno de los nuestros’”, afirma, mientras termina una soda en un clásico café del Lower East Side, en Manhattan. El sindicato fue creado con el objetivo de negociar y reforzar los beneficios y las condiciones laborales de los intérpretes y preservar y expandir las oportunidades de trabajo de sus afiliados. Cuando el oficio de los dobles comenzó a ser tan popular en los filmes de Hollywood, también entraron a hacer parte del gremio.

Pero el camino para conseguir una credencial en este selecto grupo es largo y vertiginoso. El viejo Cotter da fe de ello, y lo recuerda con cada cicatriz y fractura de su cuerpo. Antes de conseguir su primer trabajo, se había mudado a un pequeño cuarto en Los Ángeles. Fisgoneaba día tras día las grabaciones donde necesitaban extras. Actuaba como cajero de mercado o pasajero de bus, y recuerda mucho una vez que logró un puesto en un comercial de un producto farmacéutico para controlar el colesterol. De esa manera, rebuscando, consiguió un trabajo sin pago en el que debía caminar por las calles de Nueva York para un video de la canción Any Body Seen My Baby, de los Rolling Stones.

Cotter tuvo el radar alerta en el momento en que, en una grabación cercana, un doble se resistía a que le dieran unos cuantos japs de izquierda en sus narices. “Yo lo puedo hacer”, dijo, y al director de efectos especiales, jefe directo de los dobles, no le quedó más remedio. Bob se convirtió ese día en el hombre que soñaba cuando veía a Lee, y comenzó una carrera célebre. “Todos nos vamos a morir, y si me moría grabando una escena, me moría haciendo lo que me gustaba”, me dice Bob. Caminamos por Green Point, al este de Brooklyn, rumbo a Hollywood Stunts, la academia de dobles que creó hace un lustro.

Cotter es amable y gracioso. Sabe que los años han pasado y ya no es el niño que caminaba por los tejados y resistía todo tipo de golpes. Su físico no le da más para ser doble —generalmente esta carrera termina a los 40—, pero él encontró la manera de mantenerse en el medio. En su academia se forman hoy más de 70 aspirantes a dobles, que reciben la experiencia de alguien que participó en más de 45 películas. Hollywood Stunts queda en una bodega de casi 1200 metros cuadrados, adornada con afiches de algunos de los filmes en los que apareció. Hay, por ejemplo, uno de Rouders, de John Dahl, en la que dobló a Edward Norton, alias Gusano. Y otro de Yards, de James Gray, que le recuerda la escena más arriesgada de su carrera, cuando tuvo que pelear en una estación de metro de Nueva York mientras pasaban trenes a toda velocidad.

“Uno se acostumbra, pero nunca deja de tener miedo. Vi morir a mi amigo J. Bakunas cuando doblaba a George Kennedy en una caída de las Torres Kincaid en Lexington, Kentucky,  y esos recuerdos quedan en tu mente”. Bakunas había roto el récord mundial de salto libre desde mayor altura al tirarse desde un helicóptero a 230 pies (poco más de 70 metros) para la película Hooper, pero cuando se enteró de que Dar Robinson había quebrado su marca, decidió llevar a cabo una caída desde el piso 22 del edificio, una caída de más de 300 pies (91 metros). A Bakunas le falló el airbag al aterrizar y se convirtió en uno de los 57 muertos relacionados con accidentes durante escenas de acción en los últimos diez años.

Colchonetas, trampolines, minitramps, maniquís y una cámara de aire se distribuyen desordenadamente por Hollywood Stunts. Un Mercedes Benz 190 SL y un típico taxi neoyorquino esperan por quien los quiera estrellar. Es una de las academias más famosas de Estados Unidos. Allá entrenan integrantes de espectáculos tan famosos como el Circo del Sol, y marcas como Red Bull y Adidas graban sus videos.

A la cámara de aire van a parar los aspirantes a dobles que practican saltos mortales desde andamios de alturas de entre 6 y 12 metros. Es sábado, y la academia está abierta para un puñado de turistas europeos que por 75 dólares quieren saltar desde la plataforma más baja. Bob los inspira, les habla de algunas escenas famosas, les recuerda la serie cinematográfica Police Story, en la que Jackie Chan salta por escaleras y ventanas sin necesidad de cables, se cuelga de la ventana de un bus de dos pisos  y termina deslizándose por el borde de las escaleras eléctricas de un centro comercial. Una vez los turistas están emocionados, Airon Josha, un moreno fortachón de 24 años, está listo para ayudarlos a continuar su aventura.

Airon también es doble. La bondad y la paciencia con que trata a los clientes contrastan con su rudeza cuando está en escena. Los saltos mortales son su especialidad. Salta desde rascacielos en Nueva York y atraviesa ventanas cuando es necesario. Me dice en secreto que los vidrios se rompen milésimas de segundos antes de que pase el actor gracias a que los productores activan un detonador. Airon sigue los consejos de Bob, quien le repite que lo más importante es mantenerse en forma y, por eso, su preparación física es exigente. Corre en las mañanas y va al gimnasio en las tardes. Los fines de semana practica artes marciales y parkour, un deporte que consiste en superar muros, cercas, barandas y cualquier cosa que se atraviese usando únicamente cuerpo.

Y, claro, toma clases de actuación. “Puedes ser el mejor acróbata del mundo, pero si no sabes actuar, nunca vas a pasar una audición”, dice, sin dejar de estirar los músculos mientras prepara los saltos de demostración. Para cualquier doble, saber actuar es imprescindible. Los maestros les aconsejan leerse los libretos, entender de qué se trata la película, saber en qué va la escena que tienen que representar.


Bob se decidió por Airon para que trabajara en su academia porque dice que es el más creativo de sus alumnos y se le mide a saltar desde donde sea. Hugh Jackman es la gran inspiración de Airon. “Ese tipo no tiene miedo, él mismo dobla sus películas”, comenta, y me pide que recuerde su personaje de Wolverine en X-Men: la batalla final, una de sus películas favoritas. Otras de sus preferidas son Tortugas Ninja y Power Rangers, que lo emocionan desde niño, aunque es consciente de que tienen un gran contenido de ciencia ficción y trabajo de posproducción en computadores, lo que se ha convertido en una competencia directa de su oficio.

Previamente a la adopción de esos efectos, muchas escenas eran imposibles de hacer sin dobles. A finales del siglo XX, sin embargo, muchos de estos seres dispuestos a arriesgar su vida por una buena escena se quedaron sin trabajo, pues los productores buscaron opciones más económicas y seguras, principalmente los efectos digitales. “Ahora cuelgan a unos tipos de unas cuerdas y un arnés y los ponen a saltar y a dar patadas. Luego en el computador desaparecen las cuerdas y ya está. Esto le quita realidad a las escenas, un salto así nunca se va a ver igual que un salto de verdad”, afirma Airon.

Alexa Marcigliano es quien les da a los clientes las instrucciones de seguridad. Una mala caída puede significar un brazo roto y, en Estados Unidos, varios miles de dólares en demandas. Alexa, quien esta tarde viste sudadera y zapatillas Asics, fue la otra estudiante escogida por Cotter para trabajar a su lado. Ella alterna su carrera como doble con su trabajo en Hollywood Stunts. En las carteleras de Broadway se anuncia por estos días su primera película, The Other Woman (El amor y otras cosas imposibles), basada en la novela de Ayelet Waldman Love and Other Impossible Pursuits. Para ganar un cupo en este filme, Alexa fue al gimnasio con Joshua y se ejercitó durante días. Cuando llegó el momento de la audición, tuvo que caminar en cuatro patas y hacer el papel de un monstruo. Dice que aún no entiende para qué le pusieron a hacer eso. Cotter interviene y comenta que muchas veces los directores de efectos especiales lo que quieren ver es la personalidad y la agilidad de los aspirantes a la hora de interpretar una escena.

Luego, con la sabiduría del maestro, cuenta que existen distintos tipos de dobles: los de acción, para escenas de riesgo; los de desnudos, para cuando el actor no tiene el cuerpo que quiere el director o simplemente no desea mostrar el suyo; los de habilidades complejas, para cuando hay que tocar instrumentos musicales o bailar, por ejemplo, y los fotodobles, personas con cuerpos —y a veces caras— similares, para cuando es necesario filmar planos lejanos sin que el actor esté presente. El aspirante debe ir preparado para aceptar cualquier papel, sobre todo cuando está comenzando.

Una vez Alexa obtuvo su parte, le tocó leer la novela, estudiar hasta los movimientos más sutiles de la actriz, entender su personaje. Ella sostiene que se venía preparando para un momento así desde los 9 años, cuando vio las escenas de artes marciales de Xena: la princesa guerrera y quiso ser como una de las protagonistas. Saber que las actrices de la serie no eran quienes interpretaban esas acrobacias, esos movimientos, la afectó tanto como a cualquier niño la noticia que Papá Noel no existe. Pero no estaba dispuesta a quedarse llorando, haría todo lo posible por ser como una de ellas. Pronto se enteró de que Zoe Bell era la doble principal. Y desde ese día siguió sus pasos. Por eso no le sorprendió saber que Bell interpretaba sus propias acciones de riesgo en Death Proof, de Quentin Tarantino. Tampoco verla doblar a Uma Thurman en Kill Bill y realizar escenas que quedaron marcadas en la historia del cine, como las peleas de artes marciales contra cientos de japoneses. “Si te das cuenta, en esas escenas hay coreografías increíbles en las que las dobles tienen que saber bailar, pelear, actuar y desenvolverse en un escenario”, comenta Alexa.

Otros días de la semana, el papel de Alexa y Airon en la academia es diferente, pasan de instructores a estudiantes. Son las ocho de la mañana de un jueves, y ellos han llegado cumplidos junto a otros tres dobles en potencia. Los espera una larga rutina que incluye saltos desde el minitramp, los trampolines y las camas elásticas. Bob se toma un café en un vaso de plástico y se sienta frente a un air ram (minitramp con aire), donde estará toda la mañana corrigiendo a sus pupilos. Este air ram es el truco que utilizan en las películas cuando, por ejemplo, hay una explosión y las personas salen volando. Es un saltarín común, con una cámara de gas que les permite a los actores volar con más potencia. Airon es, sin duda, el que mejor lo hace. Alcanza a sostenerse hasta tres y cuatro segundos en el aire.

Un curso intensivo para convertirse en doble se puede hacer en cuatro semanas. Hollywood Stunts lo ofrece por 4500 dólares. Incluye rutinas como las que están haciendo hoy Airon y Alexa; clases de actuación; trucos para saber atravesar ventanas, simular golpes y chocar carros; movimientos de artes marciales, y uno que otro tip para entender el negocio. Cotter ofrece también esa clase en una semana intensiva por 2000 dólares.

No hay duda de que las exigencias del género de acción en el siglo XXI son bastante elevadas y demandan de sus ejecutantes mayor preparación y especialización. Esto lo tiene claro Cotter, y por eso es estricto. Las acrobacias deben ser ensayadas rigurosamente durante horas, días y a veces semanas antes de una actuación. Además, cada movimiento debe ser correcto, y cada posición, acertada para reducir el riesgo de lesiones y accidentes. La exigencia, dice, se ve reflejada en que un 90 % de sus estudiantes consigue trabajo en largometrajes, series o videos, en los que solo por presentarse en el set reciben 900 dólares, y entre 2000 y 5000 dólares más por escena.

Kami, una de las alumnas de Cotter, está nominada a los premios para dobles Stunts Awards, gracias a una coreografía en el borde de un abismo para una película independiente. Pero Bob no se enorgullece de eso: “Celebraré el día que nos den un Óscar a los que realmente arriesgamos la vida”. Él también ha estado nominado, pero les da mayor importancia a los recuerdos que a los galardones: a los de sus amigos dobles o a los de las escenas inolvidables, como esa en que, durante la grabación de Rouders, pasó todo el día encerrado en un baño con una prostituta. Mientras recuerda los viejos tiempos, Cotter pasa los días tranquilo, enseñando, rodeado de sus alumnos. Sin insatisfacción ni ira. Sin riesgo ni gloria. Ahora se limita a saborear despreocupado los días en Hollywood Stunts.

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