10 de julio de 2001
Testimonios
LA GUERRA DE LOS SEXOS
El fútbol, hasta hace poco reservado para los hombres, se ha vuelto un fenómeno popular para ellas. El nigthmare team de SoHo las desafió y ellas aceptaron el reto.
Seamos claros de entrada: pudo ser goleada. Pero, al igual que Argentina y su último 3–0 contra Colombia, el equipo de SoHo hizo solamente lo necesario. Lo justo. Sin afanes y con la victoria escrita desde el camerino. Al igual que en la cancha de River durante el partido por la eliminatoria, sólo bastaron los primeros 20 minutos para dejarlas fuera de combate. Lo demás fue entretenimiento. Un guion que ya estaba escrito con anterioridad. Puro trámite y disfrutar del paisaje.
Puede sonar prepotente, pero así lo vimos y así se desarrolló el partido en la cancha. Una extensión de la llamada guerra de los sexos llevada a un campo de fútbol. Hombres contra mujeres. Mujeres contra hombres. La idea no es nueva. Desde que existe la memoria, este enfrentamiento se ha visto en todos los campos. En la oficina, en la universidad, en la calle y, claro está, el deporte no podría estar exento.
Ellas exigen igualdad. La buscan. La quieren. Tanto que hasta en el fútbol, deporte reservado hasta hace unas décadas a los hombres, están construyendo su espacio. Copa Mundo, Juegos Olímpicos, torneos locales casi que profesionales, las tienen como protagonistas. Por eso, nada mejor que disputar un partido de fútbol para medir fuerzas.
El desafío lo asumió la Selección Femenina del colegio Anglo Colombiano. Ellas, un equipo completo, con trabajo semanal, estado físico al ciento por ciento, y ¡¡¡tres veces campeonas del torneo de la Uncoli!!!, contra un ‘recogido’ de la redacción de SoHo y de Semana. Periodistas que fumamos una caja de cigarrillos por día, tomamos
tinto —entre otras cosas— para aguantar las largas noches de cierre, y a quienes el estado físico sólo nos sirve para 20 minutos de juego bien trotaditos y, de pronto, ver cuatro partidos por televisión. No más.
El desnivel era claro. Ellas tenían todas las de ganar. Estado físico, juventud, juego en equipo. Nosotros, todas las de perder. Además, jugábamos de visitantes. Y cualquiera que sepa algo de fútbol sabe lo que implica eso: público y cancha en contra. Derrota segura.
Pero eso no nos asustó. Había qué ir a ganar, a defender la causa masculina. Es más, le dimos la ventaja de jugar con el árbitro a su favor. Sí, era otra mujer. Y sin embargo, con todo del lado de ellas, cumplimos con el reto.
Esa mañana había más frío que de costumbre. En el camerino se empezaron a trazar las estrategias. “Parémonos como Italia en el 82”. “No, recurramos al fútbol total de Holanda 74”. “¿Qué tal el jogo bonito de Brasil 70?”. Era fácil decirlo, pero allí, en ese camerino no había un Rossi, un Cruyff, y menos un Pelé. O nadie que se le pareciera. Las frases iban y venían, algunas se quedaban cortas. Se enredaban cuando el interlocutor se ponía una media o calzaba sus guayos. Luego el silencio.
Otros, más apegados a la teoría, mencionaron tratar un 4–4–2. Los ‘resultadistas’ no se quedaron callados. “5–4–1 y nos vamos con un valioso empate y les ganamos en el partido de vuelta”. Muy bien, pero partido de vuelta no había. 4–2–4, 4–4–3, 4–1–5, 3–4–4, bla–bla–bla... En fin, todas las combinaciones posibles, ni siquiera Menotti y Bilardo juntos podrían elaborar tantas estrategias.
Una suave llovizna saludó nuestra entrada a la cancha. Con algo de estiramiento y calentamiento intentamos parecer un equipo serio, pero todo quedó en eso: intentos. Nosotros sin técnico. A la deriva, porque otra vez, Mauricio Sáenz (‘Chacho’) —jefe de redacción de Semana— faltó a la cita (ya es hora de darle el puesto de D.T. a otro). Ellas, en cambio, debidamente uniformadas y coordinadas, practicaron bajo la mirada de sus dos técnicos. ¡Dos!
Todo estaba listo. Árbitro, ¿o se dice ‘árbitra’? Balón —claro está, por el orden que caracteriza a ese género, ellas lo pusieron. Nosotros, ni siquiera tenemos—. Pero faltaba algo. Habíamos hablado del 4–4–2, del 4–5–1, del 5–4–1, de la estrategia, de la táctica y hasta de la técnica, pero no nos habíamos puesto de acuerdo en quién iba a tapar. Quién iba a ser nuestro número uno. Ni más, las miradas se cruzaron, buscaron un cuerpo con agilidad de gato. Ninguno. “Yo puedo tapar, pero perdemos efectividad en la delantera, perdemos posibilidad de gol”, casi que aconsejó Mauricio Becerra —editor de SoHo— para que nadie se fijará en él. Y nadie lo hizo.
Por fin, al igual que soluciona problemas de diseño y armada en el último minuto de cada cierre de la revista ‘Pacho’ Robles, el director de arte de SoHo, se le midió a la portería como si se tratara de su Mac G4. Luego se daría cuenta de que los tres palos no son tan fáciles de lidiar como su computador.
Con él en la portería, comenzó el partido. Los primeros minutos no fueron de estudio, no fueron los típicos del equipo visitante que sale a especular y esperar el partido en su campo. En los minutos iniciales salimos a dejar en claro quién quería tener el control del encuentro. Y así llegó el primer gol. Corría el minuto ocho y la presión nuestra era tal, que la defensa del Anglo se enredó sola en el área. La pelota quedó libre para nuestro enganche, Marco Cerquera —director de arte de Semana—, quien no desaprovechó la oportunidad y disparó para colgar a la portera: 1–0.
Con el marcador arriba, el equipo se dio a la tarea de hacer lo practicado en la semana: cada uno por su lado. Eduardo Arias, cual ‘Chicho’ Serna en La Bombonera, peleando cada pelota a muerte en la mitad del campo. Diego Garzón —redactor cultural de Semana— jugando el partido de su vida. Ese que jamás le habíamos visto antes. Tanto que en el minuto 15 anotó una joya de gol. Como los grandes, tomó la pelota desde atrás. La pegó a su guayo derecho y tal cual como fueron apareciendo rivales, las fue dejando regadas por el camino. Una. Dos. Tres. ¡Cuatro! Salió la portera y al mejor estilo inglés, quizá por eso de estar en la cancha del Anglo, definió como Michael Owen en Wembley. Al palo izquierdo, mientras Juliana Pérez cubrió el derecho. Ni modo “it’s a goal”: 2–0.
Esa mañana lluviosa, SoHo funcionó como un relojito. Se hizo pressing a los costados, por minutos se marcó en zona, se recurrió al hombre a hombre… mejor dicho, al hombre a mujer. Se ‘achicaron’ espacios, y hasta se agrandó la cancha, en fin, una máquina a punto de fundirse.
Por eso el 3–0 no se hizo esperar. Esta vez el anotador fue Pablo Jacobsen —director de SoHo—, quien recogió un rebote en la cabeza del área y de fuerte derechazo metió el balón por debajo de Pérez.
La historia de Buenos Aires en la que Argentina pasó por encima de Colombia se repetía al pie de la letra. Tanto que el equipo se confió. Los carrileros Diego Carvajal y Juan Martín Fierro ya no se proyectaron al ataque con la contundencia de los minutos iniciales. Javier de la Torre y Wílmar Cabrera, los marcadores centrales, se sumaron a los otros espectadores de un juego que por momentos se tornó aburrido. Ese pasaje del partido fue una predicción de la arremetida que preparaban las chicas del Anglo.
Ataque que se produjo sin esperar más, pues, a punta de huev… no, de ganas, de mucha técnica —hay que reconocerlo— y de un mediocampo hábil pero frágil y delanteras con potencia, fuerza y hasta choque, el tres veces campeón femenino se fue encima. Ese fue el momento en que apareció Natalia Prieto. Definidora ‘nata’ que, a la media hora de juego, con un tiro al ángulo derecho dejó sin ningún chance a ‘Pacho’, y puso el marcador 3–1. Luego un disparo desde fuera del área, a ras de césped, de Carolina Vásquez sorprendió a Robles, picando antes de que lo pudiera controlar y le pasó por encima para un peligroso 3–2. Nada estaba claro. Antes de irnos al descanso y para ser merecedores del Gatorade redentor, llegó el cuarto gol. Nuestro editor que no se metió a tapar por no sacrificar las posibilidades goleadoras del equipo y que hasta ese minuto de partido había desperdiciado —de forma muy sospechosa— tres oportunidades claras, por fin la embocó dentro del arco. Pero ellas no se quedaron atrás. Y como una pesadilla para nuestro portero, la ‘nata’ Prieto volvió aparecer. Su segundo gol de la tarde, fue un doble rebote que dejó claras las ventajas que da nuestra defensa y que se tienen que corregir o sino muchas cabezas de esa zona tendrán que rodar. El árbitro — mejor escribamos ‘la árbitra’, porque nos pueden tildar de machistas— Johanna Chaparro tomó el aire suficiente para dejar sonar su pito y señalar el término del primer tiempo.
Nos quedamos cortos
Con un 4–3 a favor, se inició la segunda etapa. En SoHo entró Javier Castillo —diagramador de Semana— por su colega Javier de la Torre. ‘Pacho’ que se dio cuenta que es mejor diseñar este artículo, minutos antes del cierre, que tapar, le cedió su puesto a Armando Neira —periodista de Semana—, que aunque muchos no lo crean, jugó el primer tiempo como volante ‘extraviado’ por derecha. Se corrió tanto por ese lado que muchas de ellas le reclamaron, en algunas jugadas, como si él fuera el juez de línea de ese sector. Por eso, era mejor tenerlo en la portería, por lo menos ahí estábamos seguros de que era uno más de nuestro equipo.
Castillo se acomodó de segundo central. ‘Pacho’ lo hizo de carrilero izquierdo, donde vio las duras y las
maduras con Juliana Velázquez, una puntera derecha a la antigua, que a punta de ocho y túnel incluido, volvieron a hacer que nuestro director de arte extrañara más que nunca su Mac para diagramar.
Muchos pensaron que el segundo tiempo sería de trámite, pero el paso del director de arte de Semana a la punta derecha, nos dio mucha más salida que en el primer tiempo. Y precisamente y casi que en jugada calcada, por esas punta llegaron los otros dos goles. A raíz de sendos centros que lanzó Marco a cabezas distintas, primero Arias y luego Diego Garzón, sellaron un 6–3 que pareció más que definitivo. Pero lo que muchos creían terminado, aún tendría más emociones.
O sino que lo diga Neira, quién en el arco por fin hacía parte del juego y ante el cabezazo que decretó el 6-4 no hizo sino mirar a la anotadora y no al balón. Fue una jugada increíble. De antología. Un tiro de esquina que cedió Cabrera. Siete jugadores nuestros dentro del área prestos a defender cualquier peligro. La pelota cruza los aires, buscando el segundo palo. Neira se queda pegado a la línea de meta y no sale para cortar el centro, como mandan los cánones del buen portero. Todos la vemos pasar. Cabrera salta, pero el balón lo sobra, atrás ni Fierro y menos Castillo, que cubría el palo, aparecen. El camino queda libre para que ‘Nata’, sin siquiera levantarse del piso, clava de frentazo el marcador final de 6–4. Todos nos miramos buscando un culpable. Aún estamos en esa misión.
Al final pudieron ser más goles, pero no se consiguieron. A la incapacidad nuestra, se le unieron el frío y la llovizna de esa mañana que también influyeron en un equipo que sólo está acostumbrado a los cigarrillos, a los tintos y las largas noches de cierre en las que se terminan artículos como este. Como muestra de fair play, algunos de nosotros quisimos intercambiar camisetas pero recibimos un “cambiaría mi camiseta, pero no traigo nada debajo”. Una respuesta que nos sacó de la poca concentración alcanzada en el juego.
Como Argentina ante Colombia, nos quedamos cortos. Al regreso a la revista, la hinchada, con justa razón, exigió más goles y pidió las cabezas de los responsables.
La verdad es que como jugadores de fútbol somos buenos
periodistas.
Pies:
El gol de cabeza de Natalia Prieto fue increíble. Ella, con sólo 1,65 m de estatura, le ganó a los jugadores de SoHo que en promedio tienen 1,80 m. No existe explicación lógica para ese error. Pero quizás, como dijo Eduardo Arias al final: “En Armando Neira (arquero de azul) primó más la audacia del ‘reportero’ por ver el tanto, que la del ‘portero’ por evitarlo”.
Para todos fue penal, sin embargo ‘la árbitra’ dijo que no...
¿Juego fuerte? ¡¡¡Nunca!!! pero de vez en cuando hubo que intimidarlas para ganarles la pelota. ¡iiiiiiiiiiiiaaaaaaaaahhhhhhhh.!