28 de agosto de 2008
Entretenimiento
Las cinco mejores historias del libro Bestiario del Balón
Se cumplen 60 años de historia del fútbol profesional colombiano y nunca había salido un libro como éste. Nicolás Samper, Federico Arango y Andrés Garavito no tuvieron calidad para mover el balón pero si para recopilar y contar el lado B del balompié criollo. El libro ya se consigue en las librerías del país pero les adelantamos las mejores cinco historias.

El defensa trova, no traba... Juan Carlos “Gamo” Estrada
(…) El periodismo, reiterativo en buscar notas de color donde no las hay y con ganas de mostrar facetas diferentes en la vida de los jugadores, descubrió las dotes de trovador de Estrada, así que cada vez que el Medellín jugaba de visitante o de local, el objetivo de
los comunicadores no era saber si el «Poderoso» se iba a plantar en el campo con un 4-2-3-1 o si definitivamente la lesión en el aductor iba a dejar a la estrella del equipo fuera de un clásico, sino conocer cuál era la nueva trova inventada por el Gamo. Y ahí salía,
armado de poncho, carriel y guitarra, con bigote ralo, cantando estrofas como: «Es el Pibe Valderrama/ el que con su gran melena/ nos va a ayudar a ganarle/ al duro Unión Magdalena»(…)
Moisiete
«Hombre, Moisés, ¿y por qué no bajamos por la 73?». «No hermano, usted sabe que ese número me pone mal, usted sabe, no me haga esos chistes». Y no sólo es el 73. Así como cada Viernes Santo, misteriosos estigmas aparecen en manos y pies de algunos devotos, cada 23 de febrero a Moisés Pachón Roncancio el pulso se le acelera, la boca se le reseca, el estómago se le cierra y asegura ver el rostro de Adolfo «el Tren» Valencia en espejos y platos de sopa.
El sueño del Pizzero
(…) Por su condición de extranjero, su debut debía esperar. Mientras tanto tenía que agenciarse de alguna forma su sustento, empresa en la que el gaucho tuvo que recurrir al más colombiano de los rebusques. Después de aguantar muchas filas presentando casting para llegar a ser figurante en «Francisco el matemático»; finalmente fue llamado para protagonizar un comercial. Junto al árbitro mundialista Óscar Julián Ruiz fue figura de una propaganda que de algún modo patentizaba su sueño: ser futbolista.
Habiéndose aprendido el libreto de cómo actuar de futbolista, Jesús recibía la más cruel de las patadas. Adolorido en el suelo, un paternal y afable Ruiz le alcanzaba un ungüento caliente para paliar su dolor. Esta incursión en la pantalla chica no le reportaría más que un dudoso reconocimiento a Di Filippe, en la medida en que los 75.000 con los que iba a vivir un mes y medio nunca llegaron a sus manos por no contar con el RUT, documento indispensable a la hora tramitar cuentas de cobro.
Visa USA
(…) Cinco de septiembre de 1993, el comienzo del show, el nacimiento de la ilusión. Colombia en una noche mágica en la cancha de River Plate despachó a la Selección Argentina con una humillante e inesperada goleada 5-0 que puso de pie a todo un estadio resignado (…) Con el peso de la Cruz de Boyacá en el pecho de los jugadores, se dio la primera convocatoria para juegos de preparación con los que comenzaría el camino hacia USA’94. El que hubiera podido ser un proceso de preparación serio y
planificado se convirtió en un verdadero circo.
(…) Armenia tuvo su oportunidad de recibir a los futuros campeones del mundo, en un partido ante una Nigeria con muchos Akpeles, Ukafures y Nwinowes y ningún Amokachi, Amunike ni Yekini. El resultado, como no podía ser de otra forma, fue victoria nacional por 1-0, con gol de Anthony de Ávila a los 3 minutos del primer tiempo. El resto del juego fue un largo parto en el que el planteamiento del director técnico de Nigeria, a la sazón el asistente del titular —quien seguramente prefirió quedarse disfrutando del benigno clima de Lagos— puso en aprietos a una Colombia que pese a todo seguía sembrando el optimismo en un país demasiado obnubilado como para darse cuenta que rivales tan dudosos como esta Nigeria podían conseguirse con facilidad en cualquier cancha de Itagüí, evitando de paso aprietos a nuestros narradores, poco dúctiles, la mayoría, en el difícil arte de la pronunciación.
Los 88 minutos de Dios
Santa Fe toda la vida consiguió sus grandes gestas de clasificación a las finales marcando goles entre los minutos 88 y 90. Los 87 minutos anteriores eran puro padecimiento, maldición, rabia, insultos para los jugadores, e hinchas disfrazados de plañideras llorando por su club, ese que no le da alegrías desde 1975. El único día en el que no ganaron con afán en el famoso «minuto de Dios» fue su perdición.
Nunca le dieron el manual para ganar con holgura. Las instrucciones de uso solamente las leyeron para vencer en los segundos finales de un partido. Con 88 minutos para voltear un resultado adverso en una final, Santa Fe perdió el chance de ganar la Copa Conmebol ante Lanús en 1996, al no saber qué hacer con tanto tiempo a su favor.
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