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13 de abril de 2007

Sexo tántrico

¿Si voy mañana al banco estará muy lleno? ¿Cuándo es que me lo va a meter este tipo?

Por: lola
| Foto: lola

Hasta ahora, lo único que había oído de sexo tántrico provenía de la leyenda de Sting. Dicen que el cantante puede durar hasta siete horas seguidas ‘comiéndose‘ a una mujer. ¿Quién lo dice? ¿Las novias de Sting? ¿Él mismo para echarse flores? No lo sé, pero es público.

El sexo tántrico, sin embargo, esa tradición milenaria que se inventaron los hindúes, no parecían conocerlo en estas latitudes los machos latinos o, por lo menos, no lo mostraban, hasta que me encontré un aprendiz —no un experto, es cierto— en el tema.

Nuestro primer encuentro "sexual" fue un poco extraño. Me pidió que me sentara frente a él, en posición de loto, y que no dejara de mirarlo. Tenía que tener las palmas extendidas, los ojos abiertos y la respiración pausada. Al minuto, yo estaba pensando en cosas un poco más banales que el tantra. ¿Ya habrían vendido los zapatos dorados que vi el otro día? ¿Si voy mañana en la mañana al banco estará muy lleno? ¿Cuándo es que me lo va a meter este tipo? Pero él, nada. Me miraba, inhalaba, exhalaba. Me dio risa. ¿A quién no? Una situación así de extraña da risa, pero al verlo serio, decidí quedarme quieta y seguir jugando. Total, este era otro juego sexual (aunque parecía tremendamente serio).

Después de lo que me pareció una eternidad, el tipo comenzó, por fin, a tocarme, pero no me tocaba las tetas ni nada de eso, sino me tocaba las muñecas, los ojos, la nariz y los tobillos. Está loco o es ciego, pensé, y por fin le dije: "Oye, el clítoris queda entre las piernas", pero él me ignoró. Comenzaron los masajes, pero uno no tiene que practicar el sexo tántrico para disfrutar un masaje. Sacó un aceite que olía fuerte y comenzó a mover sus manos sobre mi cuello y mis hombros, que parecían dos tablas. En lugar de excitarme, me dolió y sentí como si estuviera en la cama con un quiropráctico obsesionado con su trabajo. Si yo quisiera que me quitaran los nudos de la espalda no estaría en la cama con un tipo, sino que habría contratado a una masajista.

Después de unos cuarenta minutos de un juego extraño, llegó por fin a lo que tenía que llegar. Comenzó a acariciarme el clítoris. Despacito, delicioso. Y luego lo metió… durante un minuto. Lo sacó, se quedó ahí. Lo metió de nuevo. Lo sacó.

Aunque yo había decidido jugar al sexo tántrico ese día y aprender algo nuevo, estaba un poco perdida y no entendía qué estaba haciendo. Al rato lo metió de nuevo y ya no lo sacó más, y yo podía sentir, durante la hora más o menos que duró adentro, que él frenaba, se controlaba, no se venía y comenzaba de nuevo.

Al final, yo me había venido muchas veces y él también, aunque sin eyacular, sino en el último orgasmo. Porque finalmente, aunque los hindúes y los expertos dicen que el sexo tántrico es la comunicación con el universo a través de la energía de los orgasmos, para nosotros, los mortales, es simplemente el arte de no eyacular, no solo para darle más placer a la mujer, sino para que el hombre sienta lo que nosotras con tanto orgullo llamamos "orgasmos múltiples".

Ya sabiendo cómo iba la cosa, al final comprendí que el polvo había sido delicioso. Fue por eso que comenzamos a aprender juntos sobre el sexo tántrico, pero con un par de condiciones: la primera, no llegar nunca a las siete horas de Sting, porque si bien un par de horas de sexo son sanas, siete horas ya interfieren con la vida normal. ¿Cuándo va uno al cine? ¿A qué horas compra los zapatos? ¿Qué pasa con el partido de fútbol?

Y la segunda, que cuando se nos dé la gana, simplemente dejamos a un lado tanta respiradera sincronizada y tanta caricia en lugares extraños y nos entregamos al sexo animal y sudoroso en el que uno termina extenuado a los veinte minutos.