Cómo saber... si está haciendo el oso ante la tecnología

No es necesario ahorrar palabras al escribir un correo. “Favor pagar tel”. Este fue el mensaje que envió el papá de una amiga mía mientras estaba de viaje. A pesar de haber recalcado que estaba orgulloso de llegar a los 80 años sin haber usado ni sudadera, ni computador, abrió un correo para estar en contacto con su hija durante un largo viaje y por transitiva dedujo que el correo electrónico era una suerte de telegrama en el que había que escatimar las palabras. Si García Márquez hubiera aplicado esa lógica de su padre telegrafista a sus novelas, habría escrito Cien min de soledad. 

He tardado mucho tiempo en hacerle entender a mi mamá que mis amenazas son más serias que las de esos correos de niños con cáncer y bendiciones condicionales, en los que retan al lector con: si antes de 24 horas no le has enviado esto a 20 de tus contactos, tu vida correrá peligro y caerán sobre ti maldiciones terribles. Señoras: la vida siempre corre peligro y nadie está exento de maldiciones. Mamá: prometo no volver a hablarte si sigues reenviando esos correos del demonio. 

Fue todo un acontecimiento que mi papá aprendiera a prender el computador, pero lo que se vino después no tuvo parangón en la historia del aprendizaje. Enseñarle a mirar la pantalla mientras movía el mouse y no a mirarse la mano fue como enseñarle a un niño a jugar Simón dice, ese juego en que las profesoras de kínder confunden a los niños y se cogen las orejas cuando Simón dice que se cojan las rodillas. 

Ese mismo papá del telegrama se comunicó con su hija a través de Skype, y no pudimos parar de reír cuando escuchamos que le decía: “Estamos todos bien, el clima está muy rico, ¡cambio!”. Con la tecnología siempre hay que saber que lo aprendido hay que desaprenderlo para poder avanzar. Tampoco es menester hablarle a dos centímetros al micrófono del computador cuando están en una videollamada, de suerte que uno se sienta viajando al interior de sus laringes. 

Los celulares no son como la larga distancia de antes, que tocaba gritar como si estuvieran hablando por la ventana con el vecino. Mi mamá fácilmente ha dejado sorda a más de una docena de personas que padecieron sus gritos en el celular. Suficiente tenemos con la televisión a los gritos que se inventó la Gurisatti en los noventa, como alguna vez dijo Eduardo Arias en Semama. 

Tías, mamás y señoras del mundo, por amor a dios entiendan que esas presentaciones de Power Point con palomas, playas y frases que jamás se habrían pasado por la cabeza de semejantes autores no las escribieron ni García Márquez ni Borges. Hay mil maneras de manifestar su amor y su ternura que no generan tantos odios ni hacen perder tanto tiempo. La era de las tarjetas de Timoteo y de las credenciales ya pasó, ¡por caridad!

Entender Twitter no complica solo a los papás. Hay mucha gente joven que debería primero presentar un examen de admisión para entrar a esa maravillosa red de procrastinación y ocurrencia. Como tocaría escribir un artículo aparte sobre la materia (especialmente para personajes públicos que dejan ver cómo una neurona no da abasto nadando por todo su cuerpo —léase modelos y presentadoras—), empiecen pues por entender que NO es un chat. 

Si aún tiene la fortuna de que sus hijos lo acepten como amigo en Facebook, absténgase de comentar todo lo que publican. Es casi tan vergonzoso como ir a recogerlo a una fiesta y bajarse a buscarlo en piyama. Si quiere seguir siendo amigo de su hijo en la red, vuélvase invisible en sus redes sociales. Ah... Y no nos llamen como si se fuera acabar el mundo cada vez que el computador se les bloquea. Repitan como un mantra “control-alt-delete”, que será siempre la solución a todos sus problemas. 

Para educar al universo del anciano y de la farándula criolla en protocolo de Facebook, habría que hacer un manual de 200 páginas. Por eso los dejo con este útil instructivo que puede darles más pistas sobre el comportamiento ideal: https://www.youtube.com/watch?v=dP5gIWt0ick&sns=em