15 de febrero de 2010

Supongamos, por un momento, que es verdad

Por: ANTONIO GARCÍA ÁNGEL
| Foto: ANTONIO GARCÍA ÁNGEL

En aras de la argumentación vamos a suponer, como creen tantos colombianos, que Álvaro Uribe Vélez sí es el mejor presidente que ha tenido Colombia. ¿Eso inhabilitaría a cualquiera que pretenda criticarlo? ¿Ser el mejor en algo hace que nadie tenga derecho a decirte tus errores, tus fallas, lo que estás haciendo mal?

Dicen que Maradona es el mejor futbolista de la historia, y todos conocemos cientos de motivos por los cuales reclamarle; a Borges, quien fue uno de los mejores escritores de todos los tiempos, habría que criticarle sus simpatías hacia Augusto Pinochet; a Elvis, el rey del rock-n-roll, habría que criticarle su declive musical y sus adicciones; Michael Jackson, el rey del pop, tenía dudosos gustos hacia los niños. ¿Los ejemplos del deporte, la literatura o la música no cuentan? Bueno, ahí van algunos ejemplos de la política: Kennedy, uno de los mejores presidentes de Estados Unidos, cometió errores como el torpe e ilegal asalto a Bahía Cochinos. ¿Abraham Lincoln? Censuró periódicos que lo cuestionaban e hizo encarcelar a editores que no simpatizaban con su causa. En cuanto a la libertad de prensa, Lincoln y Hugo Chávez tienen vergonzosas coincidencias. ¿Nelson Mandela, el ejemplar presidente sudafricano? Lamento decir que muchos de los actos rebeldes de Mandela y el Congreso Nacional Africano (CNA) podrían juzgarse como terroristas según las mismas premisas que defiende Álvaro Uribe.

Entonces, si el rey del Ubérrimo fuera, en verdad, el mejor presidente de Colombia, ¿no podría nadie señalar las componendas y corruptelas que lo han llevado a la reelección, los falsos positivos, la infiltración mafiosa y paramilitar en su bancada de congresistas, los líos de su primo, los negocios de sus hijos? Por ello me sorprenden los numerosos correos enfurecidos cuyo argumento principal es: "¿Cómo se atreve a criticar al mejor presidente que ha tenido Colombia?". Criticarlo serviría para que siguiera siendo el mejor, para que corrigiera sus errores y no manchara sus aciertos, que los tiene, por supuesto.

Si Uribe fuera el mejor presidente que hemos tenido, ¿tendríamos por ello que echar por la borda toda la institucionalidad, acabar con el equilibrio de poderes y saltarnos todas las normas constitucionales para que vuelva a gobernar? Supongamos que sí y, luego de reemplazar el Estado de Derecho por el Estado de Opinión, Uribe continúe gobernando con su inmaculado estilo durante este mandato y algunas reelecciones más. Pero morirá de viejo o, cansado, se retirará algún día al Ubérrimo, a descansar y ordeñar. ¿Qué puede pasar después? Que venga un populista bien perverso y empiece a subir en las encuestas, que la mala suerte nos mande al "peor presidente que ha tenido el país", más ordinario que Moreno de Caro y Wilson Borja, más extremista que Piedad Córdoba y Uribito, con la misma moral que Iván Moreno Rojas y  José Name Terán, más clientelista que Jaime Dussán y Valencia Cossio, tan bobo como Armando Benedetti y Bruno Díaz, tan pobre de argumentos como José Obdulio Gaviria y los columnistas de Anncol. ¿Cómo podríamos controlarlo si desmantelamos todos los controles institucionales? ¿Cómo podríamos frenar sus desmanes y locuras cuando nosotros mismos decidimos que los instrumentos para hacerlo eran innecesarios? ¿Cómo evitaríamos que nos lleve a la ruina si arruinamos la democracia para que Uribe arreglara el país?

Por eso es tan peligrosa esta aventura uribista de reelegirse de nuevo, pues el daño quedará hecho para que venga otro, peor que él (o no tan bueno, pues) y haga lo que se le dé la gana, pues cambiamos la Constitución para un presidente pero no tuvimos en cuenta que el promedio ha sido bastante mediocre y, en mi satanizada opinión, tan mediocre como Álvaro Uribe Vélez.

Quizá algún día, con perspectiva histórica, quienes defienden la segunda reelección descubrirán que, en efecto, era necesario derrotar a las Farc, pero también era igual de importante, o más, preservar las instituciones. Y quizás ya sea tarde para descubrir que era más seguro el Estado de Derecho que el Estado de Opinión.

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