30 de mayo de 2008

Entretenimiento

“Joe es Dios”

SoHo reproduce un aparte de El centurión de la noche, biografía del Joe Arroyo escrita por el periodista Mauricio Silva.

Por: Mauricio Silva
SoHo reproduce un aparte de El centurión de la noche, biografía del Joe Arroyo escrita por el periodista Mauricio Silva. | Foto: Mauricio Silva

Una vez más, como ya se había convertido en rigurosa tradición, El Joe estremeció a Barranquilla con su presentación en el carnaval de febrero y de nuevo, por encima de Andy Montañez, se llevó otro Congo de Oro. El 18 de febrero de 1988, El Heraldo de Barranquilla reseñó: "Muchos en el coliseo opinaron que El Joe el otro año debe ser declarado fuera de concurso o presentarlo como invitado especial en el festival". Y así fue. (Las mejores canciones de Héctor Lavoe)

En abril la banda hizo una corta gira por Estados Unidos y fue muy famoso el episodio en el que El Joe, algo emparrandado, algo desentendido, dejó metido en Los Angeles a Mario Kreutzberger, más conocido por sus seguidores como Don Francisco, quien por entonces era el animador con el espacio de televisión más popular entre los latinos: "El Show de Don Francisco". Eso sí, hay que reconocer la sensatez de la decisión del Joe, si se tiene en cuenta que aquel programa de televisión era penoso, ridículo y de pésimo gusto. En fin.

De aquellos días también fue muy famoso otro desplante, esta vez a un medio un poco más serio que aquel circo miserable del chileno: el New York Times. A El Joe, muy en su estilo, le importó tres pitos dejar metido al reportero del diario más influyente del mundo, no una sino tres veces. Pero sigamos.

En Junio, como también se había vuelto regla y rutina, La Verdad se recogió en los estudios de Fuentes en Medellín. Todo fluía, Joe componía, dictaba y cantaba; Chelito de Castro arreglaba, opinaba y sacudía las teclas; y Juventino Ojito producía, puyaba a los lentos y decidía por todos. El 4 de noviembre de 1988 salió al mercado otro batacazo: Fuego en mi mente, para muchos, incluido el autor de este libro, es la más versátil y poderosa obra de su repertorio.

En un mismo álbum, aquella aceitada máquina costeña le regaló a Colombia, entre otros, los siguientes éxitos:

La Noche, la canción del Joe más grabada por otros, incluida la lamentable versión de Juanes, un reggaetón de Don Omar y los cánticos de ciertas barras del fútbol argentino, como la de los hinchas de Banfield que cantan: "Otra, otra noche, otra…"

En Barranquilla me quedo, preciosa declaración de amor a una ciudad con la cual, de facto, el negro se echó al bolsillo a una metrópoli que aún lo arropa, asunto del cual vale la pena hacer capítulo aparte. Por cierto, esta canción se convirtió en el tema oficial de la más bella Selección colombiana de fútbol, que jugó en Barranquilla hasta 1998.

Si so golé, la inspiración más africana de toda su carrera, extraida de su más profunda genética senegalesa.

La cajas, delicioso cover del clásico de Mon Rivera.

Fuego en mi mente, precioso y preciso poema a manera de salsa cubana, diseñado para derretir el corazón de cualquier hembra que no se deja.

Por ti no moriré, impresionante declaración de libertad conyugal que también merece capítulo aparte.

Y A mi Dios todo le debo, del cual el mismísimo Joe comenta: "Fue un tema que hice por la reivindicación con Dios. No lo hice con el propósito de comercializar, sino para agradecerle a Dios. Pero la gente lo acogió de tal manera que en la costa se llegó a proponer que debería tocarse en las iglesias como una linda oración".

Pero lamentablemente A mi Dios todo le debo no es de El Joe Arroyo. Es en realidad el plagio más descarado de su carrera. La versión original es de un notable músico haitiano de nombre Coupé Cloué –quien murió sin dar la pelea por lo suyo en 1998–, conocido por haber creado un estilo de música que él mismo denominó kompa mamba. Pues bien, El Joe, que es un fanático de la música negra africana y negra antillana, que es lo único que escucha en su carro y en su casa, se apropió del sonsonete y lo volvió un extraordinario cumbión que los colombianos asumimos como propio. Y de cierta manera lo es porque al igual que George Harrison con su famoso éxito My Sweet Lord –que en realidad fue el robo de un tema que había hecho la banda The Chiffons–, El Joe también mejoró notoriamente la canción. Así que el raponazo vale, siempre y cuando alguien le devuelva el crédito al pobre muerto, sólo para que sus hijos despilfarren el billete en ron, como debe ser. Y El Joe, tan religioso como es, un día resolvió la discusión a lo Maradona cuando dijo que en todo esto estaba metida "la mano de Dios". En fin.

Y vuelve y juega. Comenzó el año 89 y con la unánime crítica de la prensa a favor de El Joe se vino la histeria del público que, a ojo cerrado, acudió a las eléctricas presentaciones que en enero enfilaron baterías en la feria de Cali y en febrero en el carnaval de Barranquilla. Inolvidables espectáculos que llegaron a algunos países de Latinoamérica en marzo y abril, y que por primera vez en su carrera en solitario pasaron por el Madison Square Garden de Nueva York; para luego, en junio y julio, llegar a las viejas plazas europeas Bruselas, Londres y Amsterdam.

El 10 de julio de 1989 Discos Fuentes circuló entre los medios de comunicación un boletín de prensa que decía: "No sólo el café, los ciclistas y el fútbol pueden convertirse en espléndidos embajadores de la imagen colombiana en el exterior. Discos Fuentes, atendiendo la solicitud de la British Broadcasting Corporation (BBC) de Londres, la principal cadena radial y televisiva de Inglaterra, le ha permitido grabar en exclusividad el concierto que Joe Arroyo y la Verdad presentó al público londinense el pasado 2 de julio de 1989 en el Empire Leicester Square de Londres".

En efecto, aquel concierto fue registrado en un documental que hizo la BBC y que a su vez formó parte de un paquete de documentales con diferentes artistas del mundo que se llamó Rhythms of the Word. El documental, en el que entrevistan a un Joe lúcido y en el que evocan una Cartagena sexy y tropical, pasará a la historia como el mejor y más poderoso testimonio de su presencia en los escenarios. Aquel toque en el Empire Leicester Square resulta sencillamente vibrante y resalta el irrepetible momento del artista. En pocas palabras, un documento coleccionable. Gracias a esta gira, Joe firmó en Gran Bretaña con Island Records, el sello discográfico que desde entonces tenía a U2, Bob Marley y Cat Stevens.

Después de Europa, Joe viajó por primera vez a Brasil y de allí, como cada año, se encaramó en los buses y en los aviones criollos que los llevaban de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, de feria en feria, de traqueto en traqueto. Por supuesto los narcos no solo rumbeaban en Colombia. Juventino Ojito recuerda un toque inolvidable por trágico, el 18 de agosto de 1989: "Fuimos a las Fiestas del Mar, en Santa Marta y cuando ya estabamos en la tarima listos, apenas el animador dijo: ‘Con ustedes El Joe Arroyo’, apareció todo un batallón de soldados con un coronel a la cabeza que se subió al escenario, cogió el micrófono y gritó a lo militar: ‘Para informarles a los civiles que acaban de asesinar al doctor Luis Carlos Galán, por lo cual quedan suspendidas las ferias del mar’. Entonces miró al Joe y le ordenó: "No me ponga más música, guevón".

XVII

Como si se tratara del Sargent Pepper´s de Los Beatles, a partir del 18 de diciembre de 1989, y en menos de dos semanas, los colombianos agotaron las existencias del álbum En Acción, la nueva producción del Joe Arroyo. Ya para enero, el Long Play ubicó de nuevo cinco canciones en los primeros lugares de las listas colombianas:

Pal bailador, un histórico y rumberísimo tema que será bailado hasta que el mundo se acabe; que le recordó al país el poder que tiene y tendrá el baile; y que, de paso, le envió un poderoso y pegajoso mensaje al pueblo: "Muévete bien/ muévete bien bailador y deja/ que te invada la alegría/ pa´ los muchachos que no sabían/ como baila un son/ como no.../ liberarse en la armonía/ ¡qué fascinación!/ al compás del son/ al compás del son/ al compás del son/ por cuenta del corazón".

El Centurión de la noche, canción con la que El Joe dejó ver que seguía bien embalado con el tema del consumo exhaustivo de la noche (que da para otro capítulo).

Somos seres, salserísimo himno de hermandad, un poco religioso en el que confiesa: "Bonito cuando el hombre madura y piensa/ tengo que sentar cabeza".

Simula timula, sabroso calipso en golpe de Joeson, cantado en patuá, que es la lengua sanandresana, con el que lanzó una metáfora del baile: "Simula muy bien tu paso mal dado./ Si sabes disimular, la puedes pasar muy bien". 

Suave bruta, una cumbia en la que El Joe acusa con rabia a una mujer por maltrato, o eso parece, ya que se trata de un texto digno para analizar entre palenqueros.

"Yo no he conocido un cantante o una banda que en tan poco tiempo le haya entregado tantos éxitos a un país –precisa el pianista y arreglista de la banda, Chelito de Castro–. Por ese tiempo, canción que hacíamos, canción que se convertía en un hit y no sólo en el país. El problema es que los temas estaban tan pegados que se pisaban el uno al otro. Por ejemplo, en el año 89 en Panamá, un político agarró la canción Echao P´adelante como gingle y slogan de su campaña porque, año y medio después de haber salido al mercado, era una canción aún muy sonada en ese país. Sin embargo, ya estábamos con otras canciones en los primeros lugares. Podría jurar que en el 89 había 15 canciones de El Joe, de diferentes años, pegadas en casi todos las grandes ciudades de la zona".

Para entonces, Joe Arroyo era un ídolo que despertaba histeria. Para las fiestas de Quito, en diciembre del 89, un canal nacional había preparado el tinglado televisivo para ir en vivo y en directo. "Sin embargo, todo salió mal porque el bus en el que llegamos casi no pudo entrar al lugar gracias a que la gente lo quería voltear –continúa Chelito–. Luego, cuando nos bajamos, al Joe casi lo asfixia la masa que pretendía tocarlo y quitarle la ropa. Y para rematar, por cuenta de la locura de la gente, cuando apenas íbamos por la segunda canción, como 15 personas se desmayaron. Resultado: suspensión del concierto".

El inicio de la década de los 90 agarró a El Joe en la cresta de la ola. Para la prensa en general era el mejor del Caribe y eso correspondía a que los salseros históricos ya muy poco tenían qué decir y a que los listados tropicales desde hace rato los apercollaban los dominicanos con su merengue arrebatado. Así que ese trono ahora lo ocupaba un negro colombiano.

En la última semana de octubre de 1990 la revista Semana de Bogotá le dedicó un reportaje al cartagenero que en su sentencia final dijo así: "nadie lo duda, Arroyo es el mejor intérprete y compositor de música afroantillana. Lo suyo no se puede llamar estrictamente ‘salsa’. Joe va más allá, le propone a la salsa recorrer un poco más de sabanas de Africa, las zonas de tolerancia, el inconsciente colectivo de una raza alguna vez esclavizada. Por eso su música es original, viva, simple".

Cuando terminaba el 90, el 28 de diciembre, día de los inocentes, la ya internacionalmente famosa orquesta Joe Arroyo y La Verdad lanzó al mercado su nuevo álbum, La Guerra de los callados, el último de una larga zaga de cinco trabajos exquisitos. De nuevo, tal y como tenía acostumbrado al país, Joe anotó otros cuatro hits para la historia:

La Guerra de los callados, una salsa dramática que recordaba las ocho bombas que en el mes de mayo de 1989 estallaron en Medellín. El coro dice: "Ay que pena, señores, todo el mundo en vela". 

 

El trato, un poderoso y creativo chandé que también se analizará en el capítulo dedicado a la mujer.

Te quiero más, una de las célebres inspiraciones musicales de su carrera, llena de color y ají, con unos arreglos de vientos sencillamente espectaculares, que para su imortalidad arranca con un: "hace tiempo que se fue de mí y por culpa del destino hoy la vi"; y cuyo coro dice: "jamás, jamás, te he negado amor/ tú lo sabes bien/ jamás, jamás, te he negado amor".

Matiagua, un cover de la Sonora Matancera que en Miami hizo furor por cuenta de su aterrador parecido con la voz de Celia Cruz. En pocas palabras, otro álbum para la historia.

Aquel año cerró con una imagen muy elocuente. En una blanca pared de la calle 67 con carrera 7, en una esquina del barrio Chapinero en Bogotá, un seguidor fundamentalista escribió un graffiti que en tres palabras resumió lo que por entonces sentía el país: "Joe es Dios". El sacrílego mensaje resultó muy apropiado si se tiene en cuenta que 20 años atrás, en una calle en Londres, otro fan había escrito el mismo manifiesto pero con diferente santo: "Clapton es Dios", en referencia al gran guitarrista británico de The Cream y Blind Faith, Eric Clapton. ¿Exageración?, ¿plagio?, ¿veneración? Todas las anteriores. Lo importante es que aquella voz gráfica condensó el sentimiento de un pueblo entero: El Joe Arroyo por esos días era el Dios de sabor. Verlo en una tarima en 1990 era como presenciar a James Brown en vivo y en directo en 1965: su sonido era un manifiesto, su orquesta una revelación, su voz una campana, y su presencia el resplandor de la candela viva. No hay duda, en ese momento, Joe era Dios.

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