12 de septiembre de 2008

Las religiones civiles

Por: Eduardo Arias
| Foto: Eduardo Arias

Hace algunos días el historiador y profesor Medófilo Medina expresaba su preocupación porque en muchos colegios, y aun universidades, se utiliza la enseñanza de la historia para promover valores cívicos a través del ejemplo de próceres y sucesos idealizados, en vez de centrarse en el estudio objetivo de los procesos sociales y económicos. Y señalaba: "En épocas donde el fundamentalismo tiende a expandirse, la visión de la historia como ciencia se debilita y se transforma en una especie de religión civil".

Religión civil. Una expresión que cae de perlas en estos tiempos. No solo para la historia sino para casi todas las actividades humanas. Tiempos en los que son comunes acaloradas discusiones a favor o en contra de este o de aquel. Más que debates, cruzadas que se sustentan en frases propias de profetas de la venganza y el terror, como los del Antiguo Testamento: "El que no esté conmigo, está contra mí". "El que esté contra mí es enemigo de la patria y es un terrorista". Religiones civiles que se sustentan en la fe. Muchas veces la fe ciega de los fanáticos. Otras veces, la fe no tan sólida de los que quieren creer y de los que quisieran creer.

De acuerdo con la última encuesta, el 80% de los colombianos practican el uribismo. Los hay fanáticos furibundos en el mejor estilo del Opus Dei; también existen creyentes no practicantes y, por supuesto, los que nunca faltan: los que abrazan la religión por motivos pragmáticos o de conveniencia. El "París bien vale una misa", del converso rey Enrique IV en su versión contemporánea: "Una embajada en París bien vale un consejo comunitario".

Pero el uribismo es apenas una de las tantas que se practican en nuestros tiempos. Una de las religiones civiles más curiosas consiste en concederle a Hugo Chávez el mote de "líder de izquierda". Hace unas tres décadas, cuando el estudio de El capital de Marx y otros textos similares les permitían a los intelectuales de izquierda calificarse de materialistas científicos, un personaje como Chávez no habría pasado de ser un demagogo populista en el mejor estilo de Mussolini. Pero en nuestros tiempos, la caída de esa regia catedral que se conocía como muro de Berlín ha dejado cojo el concepto de "qué es izquierda". Así que cualquiera que le diga a George W. Bush "Mister Danger" o "cachorro del imperio" a cualquiera de sus aliados se convierte en objeto de admiración. Y, como ocurre con el uribismo, en el culto chavista hay fanáticos, creyentes no practicantes y, obvio, quienes abrazan la causa por motivos pragmáticos o de conveniencia.

Pero las religiones civiles no se quedan únicamente en el terreno de la política. Los cazadores, seguidores y adoradores de los ovnis esgrimen pruebas irrefutables de que las pirámides de Egipto y las líneas de Nazca y Machu Picchu y las estatuas de la Isla de Pascua son obra de los extraterrestres.

Otra religión civil es la cultura del miedo con la que se manipula desde los tiempos de la guerra fría al norteamericano promedio. Miedo a los marcianos, miedo a los rusos, miedo a los negros, miedo a los islamistas, miedo a los tiburones, miedo a cualquier persona, animal o cosa que no se parezca a un gringo mofletudo, pelirrojo y de piel lechosa. Y, hablando de norteamericanos, los antipromedio también se han encargado en estas últimas cuatro décadas de propagar por el mundo la religión civil politeísta del fitness, el vegetarianismo, el naturismo y cien ismos más que convergen en un dogma común: condenar al infierno de un cáncer, un enfisema o un infarto a quienes no siguen su ejemplo.

Otra religión civil es la de los hinchas de fútbol que, cada vez que se tropiezan con el camarógrafo de algún noticiero a la entrada o a la salida del estadio, besan la camiseta de su equipo mientras recitan con pésimo acento argentino "Miyyos (o Santa Fe o Nacional, da lo mismo), sos mi vida, sos mi pasión". Y a nombre de la devoción por esa camiseta algunos de ellos son capaces de asesinar.

El mismo ateísmo es una religión civil en todo el sentido de la palabra. Porque, de la misma manera de que no se conocen evidencias científicas de la existencia de Dios, tampoco existe la menor evidencia científica de que Dios no exista. Y así mil casos más.

Que existan religiones civiles no es lo grave. Lo perverso es manipular a la opinión pública para hacerle creer que dogmas y caprichos son verdades demostradas e irrefutables.