3 de noviembre de 2017

Entretenimiento

Blog: Con regla haciendo el amor

Vergonymous cuenta sus experiencias teniendo sexo mientras su pareja tiene el periodo. "It happens. No hay nada que el agua y el jabón no quiten".

Por: Vergonymous @ibernalmarin
| Foto: 123rf

Llevábamos días sin hacerlo. Nada como el afán para acortar los preliminares. Le alcé la falda mientras la besaba y le acariciaba los senos. Ella se tumbó de espaldas en la cama, jalándome por el cuello, atenazándome con las piernas. Me deslicé adentro casi sin pensarlo. La sentía tibia, más caliente que nunca. Empapada, más mojada y abundante que nunca. Apretada, bombeándome más que nunca.

(Blog | Contra la cachoneadera, el nuevo cliché del reguetón)

Wow. Gritaba y gritaba. No sé de dónde provenía esta arrechera tan eficiente, pero bienvenida. Esta camisa debía tener algo. En otras ocasiones habíamos sufrido tropiezos porque se la intentaba meter antes de tiempo. Dame besitos, me pedía cuando me lanzaba hacia delante como un ariete vikingo contra su puerta aún reseca. A veces empezábamos así, raspándonos. Y le dolía y me dolía, pero con un poquito de salivita seguíamos. En cambio esta vez, no sé, todo fluía de una manera que me hacía recordar mi niñez lanzándome por las cataratas del tobogán en Turipana.

Cuando la saqué, descubrí el secreto. Oh, oh, Caperucita was in tha house. La sangre se derramaba por mis testículos, se coagulaba en la nies y corría por la entrepierna. Era como si hubiera asesinado a alguien a punta de puñaladas con mi pene. No me había depilado, por lo que me veía como el pirata Barba Roja. Fue un momento muy medieval, de sensaciones contradictorias. Ella soltó una carcajada nerviosa y salió corriendo hacia el baño cubriéndose con las manos la herida abierta. Pero no había nada de lo cual sentirse apenada. Nunca antes tuve un sexo tan gore, que además fuera tan satisfactorio. Fue como un ritual, un bautizo vampírico. No había asco. Por primera vez lo entendía.

La llegada de la menstruación suele imponer un alto obligatorio al desenfreno sexual de una pareja. No solo es un alivio comprobar que no hubo embarazo, que esta vez no fue. Es también un descanso de entretiempo, con varias funcionalidades. Un alto para que se recarguen las pelotas y se renueve el apetito lujurioso por la desnudez del otro, al evitar que se vuelva paisaje en la cotidianidad ininterrumpida. Entonces pasan los días, empiezan las nalgadas, los pellizcos, y las preguntas insidiosas: "¿ya se fue Caperucita?2. Lo más probable, dada la acumulación de arrechera, es terminar metiéndola antes de que se vaya del todo. También sucede que a veces los ciclos se rompen, y la “regla” se manifiesta de imprevisto, antes de tiempo.

(Confesiones de un acosador inconsciente)

Todos hemos tenido experiencias de este tipo. Un buen arrecho se mueve al límite. La diferencia está en cómo reaccionamos. Y, bueno, en que algunos disfrutan deliberadamente del sexo en los días de la menstruación. Han pasado del accidente recurrente a convertirlo en una práctica común. Mi admiración para estos últimos. Son unos valientes. A mí me lo propusieron varias veces, pero nunca fui capaz.

Mi primer episodio sanguinario fue un ‘bluyineo’ en la sala de mi casa. Mi novia se subió sobre mis piernas a besarme. Tenía un vestido. Tomábamos vino. Cuando se levantó, parecía que la botella se hubiera regado sobre mí. A la mañana siguiente me lancé temprano a lavar el pantalón a mano antes de que lo viera mi madre. Me vio y creyó que me estaba volviendo más hacendoso. Otros casos han sido más bien en misiones exploratorias. “Creo que ya se fue… solo tengo una manchita, dale”. Debo reconocer que más de una vez corrí descalzo por el pegajoso piso de los moteles, asqueado, en busca de la ducha. Seguro hice sentir muy mal a mis parejas, aunque recuerdo a más de una riéndose.

Como hombres, nunca jamás podremos entender lo que significa la menstruación para una mujer. Lo traumático que puede ser cuando empiezan a “manchar”. Los cólicos. Los dolores asociados. El desgarre por dentro. La hinchazón de los senos. Los cambios de ánimo. El impacto -no manejable- en el temperamento. Sangrar cinco días al mes. O más. Y, además, ser miradas con asco por ello. Ser objeto de burlas por ello.

La menstruación es natural. No es un pecado. No es algo por lo que tengan que pedir perdón. Es nuestra tarea como hombres entenderlo y desmitificarla, des-satanizarla. Pero no es nada fácil: los hombres somos, en la gran mayoría, unos tremendos cobardes. Miren cómo vivimos una gripa: nos destruye, es peor que un apocalipsis zombie sin WiFi ni cargador del celular. Corremos cuando vemos una inyección. Ahora imagínense la relación que tenemos con la sangre. Nos da pánico. Podemos desmayar al ver una gota. Nos enseñaron a temerle. De un día para otro no va a cambiar el asco que sentimos ante una herida. Así como es incontrolable el flujo menstrual, para muchos es incontrolable el rechazo molecular que nos despierta la sangre, como otros fluidos del cuerpo que también son naturales y tradicionalmente hemos aprendido a sentir repugnancia por ellos. 

El temor a la sangre no se cura fácilmente, por más que sea la de tu mujer amada. Pero sí que se puede superar. Probablemente sea una cuestión de madurez. Luego del baño feromonal placentero que viví, me replantee muchas cosas. El reto es conciliar las dos cosas. Hey, la menstruación es normal. Hey, también es normal sentir algo de miedo. Pero hey, hay mucha gente para la cual la menstruación no es un impedimento para disfrutar. Conozco hombres y mujeres que me han dicho que lo hacen así continuamente y que es delicioso. Hasta allá no llego. Yo no podría, pero admito que he aprendido a sobrellevar con mucho más cariño estos episodios. No hay de qué preocuparse, y trato de que mi pareja se sienta tranquila. Que sienta el respeto. It happens. No hay nada que el agua y el jabón no quiten.

Por Iván Bernal Marín

(Los 69 hábitos de la gente altamente cachona)

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