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17 de agosto de 2018

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El erotismo de la piel decorada

La sensualidad ha estado asociada al tatuaje. Testimonios actuales y una mirada a la historia nos permiten asomarnos a un atractivo del cual la modelo Kath Ávila es solo una muestra.

Por: Juan de Frono. Fotos: Melissa Cartagena
| Foto: Melissa Cartagena

Las mujeres maoríes usaban el tatuaje para identificarse y seducir. En esta cultura ancestral neozelandesa se creía que todas albergaban en su corazón un moko kauae, tatuaje permanente que se hacía en la barbilla. Existía un momento preciso en que cada mujer estaba lista y el tatuador podía sacarlo a la superficie. Esta decoración, junto a la tinta azul en los labios, resultaba seductora para los hombres, que se tatuaban la cara y el cuerpo entero como señal de su poder guerrero.

En años recientes fue famoso el caso de Jeremy Meeks, un hombre de 34 años cuyo retrato policial se hizo viral cuando fue capturado por las autoridades californianas en 2014. Lo que llamó la atención en todo el mundo fue su atractivo físico y sus tatuajes en todo el cuerpo, incluido uno de una lágrima al lado del ojo izquierdo. Al salir de la cárcel, se convirtió en modelo de firmas internacionales de moda. Las fotos evidencian sus atributos —ojos azules, piel bronceada, cuerpo atlético—, pero, ¿sus tatuajes aumentan ese atractivo?, ¿qué aportan al poder de seducción de alguien?, ¿son sexys, sensuales, sexuales?, ¿hay algo de malicia en ellos y eso resulta atractivo?

“Soy arte, llevo en mi cuerpo arte. Los tatuajes me hacen sentir más segura".

Kat Von D., Angelina Jolie, Rihanna, Katty Perry, Megan Fox, Scarlett Johansson y Selena Gómez son algunas de las celebridades actuales cuyos tatuajes parecen resaltar su atractivo. Pero no solo ellas, Instagram está inundada de mujeres que lucen los más variados diseños sobre diferentes partes de sus cuerpos. Kath Ávila —instagramer colombiana, 20 años, tatuadora, piel blanca en la que sus tatuajes negros se iluminan como planetas poderosos— es la protagonista de las fotos que acompañan este artículo, cuyo objetivo principal es saber si los tatuajes han potenciado desde siempre el atractivo sexual de alguien. Además, si todas las personas se sienten atraídas por ellos y si un hombre y una mujer tatuados tienen el mismo poder erótico ante el mundo. (Lea también: ¿Indeciso? Así son los tatuajes que sólo duran un año)

Marcela, 30 años, 19 tatuajes, declara que cuando se acuesta con hombres sin tatuajes —o con menos superficie tatuada que ella— se siente más masculina que ellos. Los prefiere tatuados. Camilo, 39 años, un tatuaje, dice, ante la imagen de una mujer con un tatuaje gigante en la espalda: “Me sentiría comiéndome un cuadro”. No le gusta. Melissa, 29 años, 14 tatuajes: “A mí sí me parecen más atractivas las personas tatuadas, por el simple hecho de que yo tengo y eso genera empatía inmediatamente”. Rudeza, masculinidad, feminidad, cercanía, camaradería, arte, un cruce de sentimientos y opiniones que conducen, casi siempre, a ninguna parte. O sí: al lugar común de que todo es cuestión de gustos.

Hay una verdad aceptada y repetida sin descanso: los tatuajes dan un aire de “chico malo” a los hombres, y la maldad, al parecer, está conectada con el despertar del deseo. Pero no siempre fue así. Como dice la antropóloga uruguaya Valentina Brena Torres, “los tatuajes en las sociedades prehistóricas y/o protohistóricas jugaron un rol de integración social: no constituían entonces un elemento transgresor para ese grupo cultural. Hoy, sin embargo, el significado de este fenómeno en las sociedades contemporáneas ha dado un vuelco que lo traslada al lado opuesto”.

Ötzi es el nombre dado a los restos de un cuerpo hallado en 1991 en el valle de Senales, Italia, que se ha convertido en el hombre tatuado más antiguo conocido por la ciencia. Tenía 61 tatuajes y se sabe que estaban asociados a la medicina. Fue un cazador asesinado hace más de 5000 años que, al parecer, se tatuó con polvo de carbón cruces y líneas paralelas de no más de 4 centímetros. Según investigadores, por la ubicación de las marcas —parte baja de la espalda, rodillas y tobillos—, lo más probable es que las impresiones tuvieran una razón terapéutica, asociada al alivio del dolor en las articulaciones.

La historia dice que existen regiones en las que el uso del tatuaje permanente fue común hace 2000 años, como la Polinesia, en el Pacífico, donde vivieron pueblos que marcaban su piel como una manera de comunicar detalles sobre cada persona. También hay rastros de tatuajes permanentes en el antiguo Egipto o en pueblos primitivos esquimales. En todas estas culturas se los hacían para definir el paso de la adolescencia a la adultez, por cuestiones religiosas o médicas, como una manera de indicar la posición social o para la guerra. Incluso con fines estéticos, como en el pueblo maorí, ya mencionado, o en las Islas Marquesas, donde se empleaba para atraer sexualmente (las mujeres se los hacían en las manos, las orejas o la vulva y los hombres en casi toda la superficie del cuerpo).

Pero estos son de los pocos casos en los que el tatuaje se usaba para atraer al sexo opuesto. En general, mujeres y hombres lo hacían para enviar mensajes de grupo, que no estaban asociados a la seducción. Incluso en los pueblos indígenas americanos sucedió así, como los que se encuentran en Colombia, donde se habla de pintura corporal. Por ejemplo, la mujer indicaba cosas (si estaba soltera, viuda, etcétera). El dibujo en sí no poseía una connotación de seducción, pero sí se tornaba atractivo para el otro por su mensaje. Como dice Hernán Pimienta Buriticá, antropólogo y curador de la colección de Antropología del Museo de la Universidad de Antioquia, “son elementos de comunicación para transmitirle al otro en qué posición me encuentro o para hablar de mis estados de ánimo. El hecho de hacerme una pintura temporal en el cuerpo, el rostro, los brazos, tiene el objetivo de decir, por ejemplo, que estoy disponible”.

Bryan, 25, dos tatuajes, dice que una mujer “con un tatuaje en la parte de atrás, en la nalga, es muy sexy”. Nohora, 50, asegura que la piel es el órgano más erótico del cuerpo y no lo tatuaría. No le gustan. Ni en ella ni en otros. Eso sí, en una noche loca o en un isla desierta sí podría tener algo con un hombre tatuado. Natalia, 28, dice: “Me siento más sexy desde que me hice el tatuaje y me encanta cómo se me ve la espalda con él”. Daniel, 28 años, 30 tatuajes, habla: “Depende de la vieja, del estilo, depende de todo. Hay viejas reguarras con tatuajitos reguarros a las que uno se lo mete. Y puede haber viejas ‘recool’ con tatuajes ‘recool’ y pues no, o viejas sin tatuajes y sí”.

El tatuaje comenzó a vincularse con los bajos fondos a raíz de varios sucesos: el descubrimiento de la práctica hecha por los marineros ingleses, que lo trajeron a Occidente, donde comenzó a realizarse de manera clandestina; los tatuajes de la yakuza, la mafia japonesa, que inició con las marcas que la Policía del país asiático hacía a convictos en el siglo XVII, hombres que después decidieron tatuarse todo el cuerpo para ocultarlas; y el desarrollo en el siglo XX en las cárceles norteamericanas, relacionados muchas veces con empresas clandestinas e ilegales.

“Me atrae más alguien con tatuajes porque siento que podemos tener los mismos gustos”.

Todo esto quedó latente en el tatuaje cuando en los años setenta la revolución hippie estableció la tendencia que conocemos hoy, al anclar la práctica en grupos urbanos de Estados Unidos. Eran los tiempos de las protestas, por lo que a la malicia y la rudeza de marcarse la piel se sumó la connotación revolucionaria. Una fórmula que aún está fijada en la mente de muchas personas. Estas características, tradicionalmente asociadas con la masculinidad, hacen que muchos se pregunten si esa rudeza, malicia y espíritu rebelde son lo que atrae a las mujeres, que en muchas sociedades machistas se han relacionado con la fragilidad y la delicadeza.

Diego, 41, ningún tatuaje: “Me gustan algunas mujeres tatuadas, pero nunca me he planteado algo serio con alguna”. Martín, 23, tiene 15 tatuajes: “Es chimba comerse una vieja tatuada para sentir su rudeza”. “Tienen un elemento fatal —dice Marina, 45, ningún tatuaje— que trascienden, y a mí adornos para siempre me aburren. No me gustan en mí o en un tipo, porque qué pereza tener que verle todos los días el dragón que tiene en la nalga”. Camila, 30, 15 tatuajes: “No los busco, pero sí me fijo solo en los que tienen tatuajes. Quizá porque en el círculo que me muevo casi todo mundo tiene. Y me siento más observada por mis tatuajes, por lo que son más grandes. Tal vez porque a los hombres les atrae, les disgusta o quieren saber sobre ellos”.

Los tatuajes o la pintura corporal nunca están aislados, “son elementos que complementan la forma en que la gente se viste, actúa, interactúa con el otro”, dice el antropólogo Pimienta. Tanto antes como ahora, se hagan o no para atraer, son un accesorio que se estampa para decir algo, para conjugarse con otros lenguajes corporales, como la ropa, los gestos, etcétera. Así como con el estilo de vida, pues en la actualidad, con el desarrollo y la proliferación de la práctica, hay diferentes estéticas de tattoo que identifican tipos de personas o comunidades. (Lea: Los tatuajes más extraños del mundo)

Como escribe Alejandra Walzer-Moskovic en El arte en el discurso de los tatuadores, son muchas la razones que han convertido al tatuaje en un elemento deseado: “La llegada de artistas provenientes de las Bellas Artes (...), el desarrollo de nuevos diseños, géneros y estilos (...) la generalización de la máquina eléctrica de tatuar (...) y algunos famosos y famosas que exhiben públicamente sus tatuajes”. En lo que han ayudado las redes sociales, como Instagram, que crean a diario nuevas formas de deseo al proyectar hombres y mujeres tatuados que resultan seductores para las nuevas generaciones.

Diana, 45, cero tatuajes: “Los hombres tatuados tiene algo de rudos, mmm. Me puedo pasar horas viendo las cuentas de Instagram con tatuajes”. Heidy, 22 años, 20 tatuajes: “Me gusta que los tatuajes se vean agresivos y con fuerza, que sepa que trato con un macho y no con un marica”. Adriana, 35, no tatuada: “No sé si las personas tatuadas me parezcan más atractivas que las que no lo están. Sé que me gustan, incluso mi esposo tiene. Hay como un trasfondo de rebeldía en ellos, porque hubo un rompimiento para hacer algo que dura toda la vida. Es como cuando a uno le gusta más el cabello o las nalgas grandes, algo chévere que te gusta ver en el sexo opuesto”.

En la película Memento, de Christopher Nolan, Leonard no puede recordar nuevos acontecimientos a largo plazo. Una de las técnicas que emplea es tatuarse pistas del asesino de su esposa. Nada más preciso para hablar de algo que sobrevuela en el tatuaje desde tiempos remotos hasta la explosión presente: la memoria. Tatuarse es un ejercicio de lenguaje, de dejar impreso en la piel algo que se desea preservar, como una sentencia latina en mármol, o de generar memoria en el cuerpo a partir de figuras que definen aspectos personales. ¿Esto aporta al atractivo? Es posible, como dice Lina, 40, tatuajes incontables: “Son atractivos porque hay algo de memoria en ellos, de generar historias con la piel. Incluso una memoria del dolor, por lo que implican”.

De memoria, precisamente, están repletos muchos de los tatuajes del preso que terminó como modelo. Se dice que la lágrima al lado de su ojo representa un muerto, quizá a alguien que él mismo asesinó. Peligro. Fuerza. Bajo fondo. No es raro que por esto muchas personas estén dispuestas a una noche de sexo con hombres o mujeres tatuados, según algunos estudios, aunque no sean bien vistos como candidatos para una pareja estable. Así lo probaron los investigadores polacos Andrzej Galbarczyk y Anna Ziomkiewicz en 2017, mediante una encuesta que también arrojó lo siguiente: las personas con tatuajes parecen más masculinas, saludables, dominantes e incluso agresivas. En definitiva, ejercen un poder sexual, aunque no se consideren confiables para compartir una relación larga. Por último, la investigación planteó que los tatuajes influyen más en la manera como se ve a los hombres que a las mujeres.

“Hay dos líneas para pensar”, dice Ezequiel López Peralta, psicólogo y sexólogo argentino radicado en Colombia, “1) cómo una persona se puede sentir más sexy o erótica con su tatuaje y 2) la atribución que le damos de reflejar la capacidad sexual, de la virilidad de la otra persona”. En otras palabras, parece que hay un río subterráneo de percepciones que corre en la historia del tatuaje, marcas que operan en nuestro cerebro y encienden las luces intermitentes de sexo o no sexo. Según López, “si una persona siente que la miran o la morbosean más por sus tatuajes, se puede sentir y comportarse más sexy. Hay una especie de retroalimentación en cómo uno se percibe a sí mismo, cómo cree que lo perciben los demás y cómo uno actúa a partir de eso. En ese sentido, el tatuaje tendría un potencial erótico por un tema de percepción”.

Lo que queda claro es que nunca en la historia de la humanidad el tatuaje tuvo tanta presencia en el día a día y en diferentes sociedades. Hoy, cada segundo alguien se estampa en el cuerpo un diseño con significado o no, pues ahora un tatuaje puede ser un elemento meramente decorativo. Es la era del tatuaje, de su auge, como lo rastrea Leo Quiroga en su libro histórico Tatuaje, de la transgresión a la tendencia. Y los tiempos y sus rutinas, como se sabe, cambian la manera como los individuos se relacionan y se ven a sí mismos. Por esta razón, hablar del atractivo de los tatuajes en hombres o mujeres es un tema nuevo, que se transforma sin pausa. Porque la fuerte presencia del tatuaje, con seguridad, está creando maneras y mensajes propios, únicos, de seducción, que en el futuro inmediato definirán el deseo, el amor y los encuentros sexuales.

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