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21 de marzo de 2013

Crónica SoHo

Viaje al pueblo sin tocayos

Hace muchos años, funcionarios de la Registraduría llegaron a La Guajira a registrar arbitrariamente a los indígenas wayúus. En su cédulas quedaron para siempre nombres como Payaso, Tarzán, Gratis, Garantía, Cuchara, entre tantos otros. SoHo le pidió al cronista Juan Carlos Guardela que viajara hasta allá y buscara a un pueblo que debe convivir con esa burla a cuestas. Para Martina y Ana María, mis cosiumpiritas

Por: Juan C. Guardela /Fotografías: Joaquín Sarmiento

1. Nos dijeron que había un pueblo sin tocayos en la tierra wayúu y fuimos a buscarlo. Un sitio perdido con gentes con nombres insólitos como Candado, Cuchara, Gratis, Cámara, Tarzán y Cosita Rica; y algunos como Motosierra, Chilindrino y Prisionero. E incluso se sabe que un hombre fue registrado con el epíteto elaborado por cachacos para minimizar culturalmente al caribeño: Corroncho. (Viaje a la meca de los Maratonistas)

Según las primeras averiguaciones, el pueblo es la ranchería Caicemapa. Hay que viajar hasta Riohacha y luego hacer un recorrido de dos horas en una camioneta burbuja por la Media Guajira hasta Distracción. En conversación con John Jairo Salinas, su líder, supimos que la culpa fue de funcionarios de la Registraduría Nacional del Estado Civil que en décadas pasadas llegaban a las rancherías y en poco tiempo expedían cédulas a los indígenas que encontraban a su paso. Los funcionarios no entendían la lengua y escribían los nombres que escuchaban de la boca del indígena. “Se trata de un pueblo entero con gente que no tiene tocayos”, asevera John.

Así que armamos mochilas (un periodista, un fotógrafo, un empresario del turismo y un baquiano) y empezamos, ya en la salida de Riohacha, a imaginar cómo serían los llamados de esquina a esquina en dicha ranchería.

Pipe, baquiano y chofer, cambió de tema de conversación y contó la historia de que en Distracción hay un sitio donde están una acequia y un árbol de níspero de los cuales ningún varón humano puede tomar ni comer pues se vuelve maricón, y prometió que cuando pasáramos por allí nos los mostraría. Explicó que es posible que tanto la acequia como el níspero suelten un efluvio que influya en el comportamiento sexual de los varones, puesto que un primo suyo se “mariconeó” al comer del níspero. Esta historia define más que ninguna otra el carácter de dominación masculina de la región y por eso se hace injusto el hecho de que a un hombre se le llame Añelka, Benchón o Maraña (femeninos para los wayúu) o que a mujeres se les llame Rimpia, Choa, Priñol o Lea, que son masculinos.

Cuando llegamos a La Ceibita, a unos 30 minutos de Riohacha, la vía estaba obstaculizada por un paro de transportadores, y los manifestantes nos dijeron que el paro era en todo el departamento. Así que contratamos a un mototaxista como guía para llegar a los pueblos por las trochas de los contrabandistas, unos caminos intrincados. A eso de las ocho de la mañana fuimos los primeros en encontrar un peaje wayúu, que es una cabuya de la que colgaron varios calzoncillos viejos. Costó 10.000 pesos pasar.

Grillo Epieyú Ipuana. Exarquero que fue prospecto del Unión Magdalena. Hoy pastorea chivos pero aún mantiene sus bríos en las playas de la ranchería Camarones, sector Perratpu.

Entramos por un bosque de trupíes y lleno de lajas del tamaño de casas. El muchacho contó que era el camino secreto de los pimpineros, como se conoce a los integrantes del cartel de contrabandistas de gasolina venezolana. En 45 minutos llegamos a Distracción, un recorrido que hubiera demorado hora y media. Pero cuando encontramos a John Jairo Salinas, se nos sinceró: en la ranchería de Caicemapa no hay nadie con nombres extraños y que eso realmente había ocurrido en sitios dispersos por toda La Guajira. Así que no había ningún pueblo sin tocayos.

Pero visitar Distracción valió la pena porque encontramos la singular venta de fritos de la señora Juana González, famosa en la web por tener la forma más morbosa de vender fritos: “Empanadas de mondá”. Comimos sendas empanadas y fue entonces cuando recordamos el famoso níspero y la acequia. (Viaje al fondo de Ordóñez)

Al regresar, vimos el torrente verdadero del contrabando en la zona, una fila interminable de automóviles atosigados de pimpinas de gasolina y de mercancía de contrabando que obstaculizaba nuestro paso. Cada vez que pasábamos al lado de uno los conductores, nos decían “primos” y sus cabinas exhalaban el olor penetrante de la gasolina.

No nos tocó otra opción que ir hacia Maicao. Luego de dos horas pudimos contemplar su mezquita y saborear comida árabe. Pero nada que encontrábamos a un wayúu con nombre extraño a pesar de haber recorrido dos tercios de La Guajira, y empezamos a rogar que encontráramos a un alijuna con nombre raro. Los alijunas son los no wayúus, así identifican al negro, al blanco, al advenedizo. Pero ni siquiera los turcos (los palestinos de la península) que hallamos tenían nombres raros. Así que preguntamos a los wayúu del mercado y nos dijeron, de nuevo: “Claro que hay muchos, primo”. 

Cuando ya toda esperanza estaba perdida, bordeando las rancherías cercanas a Maicao, a la orilla de la carretera hallamos a un grupo wayúu con un Toyota varado. Las mujeres, al vernos, se rieron de nuestro apuro. Hablamos con el más viejo y nos dijo que unos kilómetros más adelante encontraríamos a Generocía Ipuana y a Cerepa, y más adelante a Guacamayo y a Caballero, y más allá a Kaopectate. El viejo nos desalentó diciendo que aún estábamos en el culo de la mula y más perdidos que jabón en agua honda.

Corroncho Uriana Uriana. Pastorea chivos y cuida una veintena de nietos. Se siente único pues los nombres de sus hermanos son Eurípides y Rafael, nombres que a él le suenan peores que el suyo. 

2. Desesperados regresamos al mercado de Maicao y preguntando encontramos a una vendedora de frutas que se llama Garantía, pero ya había cumplido su labor y se había ido a su casa. Alguien gritó que por ahí estaba Ana, una de sus nietas que podía llevarnos a ella. Rodeada de nietos, Garantía nos esperó riendo. Ana fue la intérprete y quien luego nos contactó a todos los demás sin-tocayos. Nos dijo que se siente burlada por la secretaria de la Registraduría. Se acuerda de que fue en 1957. Hicieron una fila de 50 personas. Ninguno de los funcionarios sabía la lengua.

Se acuerda aún de la secretaria. Una negra alta espigada y había también unos cachacos. La secretaria le preguntó el nombre y ella respondió en wayuunaiki —la lengua de los wayúu de la familia etnolingüística arawak— que Carrourier, con un sonido gutural afrancesado. Carrourier, repitió ella. Pero la espigada funcionaria ni siquiera le miró y escribió en la tarjeta: “Nombre: Garantía”. Acto seguido escribió: “Firma: manifiesta no saber firmar”. Luego le sacaron las huellas y convirtieron así su sonoro y genuino nombre Carrourier en el mercantil Garantía.

Carrourier dice que fueron muchos los nombres y que se acuerda de uno en especial porque es su consuelo: Merequetengue. (Viaje al pueblo más pobre de Colombia)

María Luisa Aguilar, mujer wayúu y médica integrante de la Mesa de Concertación para el Pueblo Wayúu lucha por que este problema sea solucionado. Dice que tiene décadas y que se trata de una mecánica con la que actuaban (y actúan aún) los funcionarios de la Registraduría Nacional del Estado Civil durante las largas jornadas de cedulación en apartadas zonas de La Guajira. “Cuando no entienden un nombre pronunciado en wayuunaiki, el funcionario coloca el que le parece gracioso”.

“Hace 60 años no eran exigidas esas certificaciones, así que la cosa se hacía con testigos, pero los funcionarios desconocían el wayuunaiki y a veces ni una máquina de escribir llevaban a la zona. Escribían un documento base y muchos meses después lo enviaban”. Aguilar asegura que se trata de un agravio que se da por discriminación, pues al indígena no se le ve aún como a una persona perteneciente a una cultura de tradición fortísima. Y no descarta que el problema sea de carácter involuntario por errores en la fonética y el desconocimiento de la cultura ancestral. Pero sí son deliberados cuando ponen nombres como Payaso, Kiko o Chilindrina.

Negro Epinayú Uriana. Mototaxista que recorre todo el departamento, vive en la ranchería El Ahumado.

3.En la ranchería Saa’inn wayúu encontramos a Prisionero Oriyú con unas inmensas gafas Ray Ban nuevas. Nos dice que su nombre se debe a su madre, y es en realidad Presioner. Lo dice finalizando con una erre gutural. Pero el registrador en vez de asombrarse por la belleza de su nombre puso Prisionero.

Nunca se cambiaría el nombre, pues fue puesto por su madre y para ellos la línea húmeda, la ascendencia del lado materno, es sagrada. Por eso aún asume su nombre aunque sea agravio y se contacta muy poco con los alijunas. (Viaje al pueblo masacrado por las Farc)

El hermano de Prisionero se llama Cintilio, y lo repite con una gorra en las manos apretada sobre el pecho. No sabemos si lo que pronuncia es Cintilio, Cintirio, Cirilio o Cirílico. Nosotros pronunciamos lo que creemos escuchar y él responde siempre: “¡Ajá! ¡Ajá!”. No tiene cédula y no puede demostrar su nombre raro. Pero nos asegura que puede llevarnos a la casa de Pelotas. Así que fuimos en la camioneta por un camino estrecho hasta cuando un arroyo nos impidió seguir. Lo atravesamos a pie. Subimos una cuesta, cruzamos un pequeño desierto lleno de carbones y espinas, pasamos al lado de un pozo, cruzamos cercas de alambres de púa y llegamos a cinco ranchos de bosta. Allí, un grupo de jóvenes tejía alpargatas pero reían mostrándose maliciosos.

Cirilio entró preguntando en cada casa abierta por Pelotas. Hablaba y hablaba y las mujeres se burlaban de nosotros. Luego de una hora de estar sedientos, supimos que no había nadie con ese nombre así que regresamos y luego de atravesar el río y de pagarle a Cintilio 50.000 pesos por la búsqueda infructuosa, este se despidió de nosotros agitando su gorra del otro lado del río gritando: ¡Pelotas! ¡Pelotas! En ese instante supimos que las pelotas éramos nosotros.

Llegamos a Riohacha a buscar a un guía llamado Pablo Berti, un animador de tarimas grueso, moreno, bajito y con una gran nuca. Hablando hasta por los codos, nos cobró 300.000 pesos por solo llevarnos a las casas de Caballero y Alemán. Discutimos por la exageración y él, muy agreste, se bajó del carro, dijo que es un comunicador que no está padeciendo hambre y espetó: “Respeten a la gente wayúu, oye” y se largó. El gesto mostró que se puede calcar malamente la actividad de guía y que además siempre se saca provecho de los problemas y rarezas de una comunidad.

Prisionero Oriyú con sus gafas Ray Ban. Se mantiene alejado de los advenedizos. Hacedor de quesos y pastor. Durante horas toca el tambor de la chichamaya.

Una hora después estábamos en la ranchería Camarones, sector Perratpu, con José Luis Pushaina Epieyú, otro integrante de la Mesa de Concertación para el Pueblo Wayúu, un investigador con una parla muy cuidada. Nos buscó a su tío Grillo y aseguró que más que un error cultural, es una masacre cultural. “Esto es risible pero después se vuelve un problema del fuero interno del indígena”.

José Luis recuerda una escena impactante que fue protagonizada por Payaso, un hombre cerca de Uribia en la Alta Guajira. En una reunión dijo su nombre. Alguien le dijo el verdadero significado mostrándole el video de un payaso. Payaso se puso a llorar preguntando qué había hecho él para que se burlaran de esa forma. Hoy, Payaso evita todo contacto con alijunas.

Grillo Epieyú Ipuana, tío de José Luis, entró en la conversación y dijo en lengua que a él se le puso el nombre de Grillo porque cuando pequeño se agarraba a las batas y al seno de su madre como un juitchon (como un grillo), y por ello a su abuela se le ocurrió ponerle ese nombre que por cierto fue entendido con exactitud por los funcionarios de la Registraduría y, sin embargo, no se lo pusieron en la cédula. Pero juitchon, o Grillo, hizo honor a su nombre. Fue arquero de fútbol en los ochenta, tan bueno que llegaron de Santa Marta a verlo para ver si ingresaba al Unión Magdalena. Fue entrenado un año entero, pero nunca lo llamaron.

4. En la ranchería El Colorado, Isabel María Uriana Uriana habló de su abuelo Corroncho y nos invitó a visitarlo. Esta trabajadora social wayúu piensa que en ocasiones hay mala intención, porque ella ha participado en jornadas de Registraduría en Colombia y en Venezuela, y que en el vecino país también comenten el mismo error. “Nunca los funcionarios hacen las cosas con calma. Creo que es negligencia y hay que corregirlo, porque una persona no debe morir con esos nombres que en el fondo no conoce”. (Viaje al pueblo masacrado por los paramilitares)

Corroncho a los 16 años se enteró del verdadero significado de su nombre. Pero no sintió aversión sino orgullo porque siempre le gustó su sonoridad, porque su madre se lo puso desde pequeño y porque su origen está cargado de fraternidad. Su padre murió antes de que él naciera, y su madre, por allá en los años cuarenta, iba a menudo de compras desde la ranchería hasta Maicao. Un comerciante minusválido fue muy especial con la familia y les ofreció crédito y alimentos de primera calidad. Su madre, en agradecimiento, le puso el apodo que todos en Maicao le tenían al vendedor obsequioso: Corroncho. Cuando el comerciante se enteró de la pretensión, se opuso pero fue en vano.

Isabel María insiste en que Corroncho no es nada, pues en la Alta Guajira hay nombres como Toyota, Kool, Señorita, Babero y Caldero. Hay que buscarlos porque se niegan a ser entrevistados.

Queda un sinsabor por esta extensa tierra llena de trupíes y de abandono que tiene políticos avezados que en diez años se tragaron dos billones y medio de pesos de las regalías destinadas a la región. Mientras partíamos hacia el hotel, Isabel María miró con detenimiento los árboles del borde de la carretera y nos dijo sus nombres: luna de monte, ceiba bronca y, el más sonoro de todos: matimbá. Descubro entonces que en estas tierras a los árboles se les ponen mejores nombres que a muchos de los hombres.

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