7 de julio de 2022
Opinión
Ismos
Una diatriba contra veganos, ‘fitness’, ambientalistas y otras creencias que se han tomado la sociedad actual, en la que “miran por encima del hombro” al que no es igual a ellos. Juan Moreno se enfrenta en esta columna a la esclavitud de las ideologías.
Por: Soho.coPor: Juan Moreno
Desde que el hombre es hombre, ha estado en la búsqueda de referentes a los cuales aferrarse. Creencias, doctrinas, movimientos, corrientes, ideologías, han sido fundados a lo largo de la historia en las más diversas formas y posiciones, para explicar el porqué somos como somos y en la persecución permanente de una superioridad intelectual y moral que le dé razón a nuestros pensamientos.
Buscamos reafirmarnos en grupo para parecer individuales. Es la gran paradoja de toda esa pesquisa. Desde algo tan pueril como ser hincha de un equipo de fútbol y hacerse matar por semejante “ideal”, hasta defender corrientes políticas e igual, crear diferencias con familiares y amigos y/o enfrascarse en virulentas peleas que siempre terminan mal.
Para hablarlo sin anestesia, somos idiotas útiles del pensamiento de otro, y abrazamos postulados que tratamos de adaptar a nuestra opinión para creernos más que los demás y con la verdad revelada. Tan fastidioso eso.
Hoy en día, en medio de la desorientación reinante y en esta época dizque de la “posverdad” y el “metaverso”, ve uno gente que, enceguecida por sus creencias y hábitos, trata de adoctrinar al otro con genuina visceralidad, como si le hubiesen sido dadas las nuevas tablas de la ley, cuando lo que están alabando es un auténtico becerro de oro.
Las neomilitancias reclutan mentes descremadas para imponernos, por ejemplo, su alimentación. ¿Qué hay más cansón que salir a comer con un vegano fundamentalista que no consume “cadáveres de animales” o algún subproducto de este reino?. Es un drama encontrar algo que le sirva, así sea un menú de carretera o en un restaurante de tres tenedores. “Que tiene gluten, que tiene queso, que no quiero huevo, que solo leche de almendras” y así. Ponen a prueba la paciencia de cualquiera, oiga.
Hermanitos de estos son los fitness, que lo segregan a uno si a uno no se le ocurre pisar un gimnasio. Uno es gordo y feo si no se bebe dos litros de agua al día, no hace una dieta Detox y no se sube las grandes montañas colombianas en “bici” de diez millones de pesos con la selfie respectiva para atestiguar la proeza.
A propósito, los denominados “colectivos” son un incordio total. Y es muy gracioso porque los que militan en colectivos se creen muy individuales, miran por encima del hombro y hacen cara de fó cuando uno no está matriculado en ningún ismo.
Dizque muy independientes y lo que viven es esclavos de sus ideologías. El mundo empieza y termina en sus creencias, y el que no las siga es un ser menor, un ignorante y un idiota útil, cuando, tal vez, a lo mejor sea al contrario.
Mejor dicho, en los tiempos modernos el que no sea feminista, antitaurino, animalista o ambientalista, no vaya al “gym”, diga “gamín” en vez de “persona en situación de calle”, no haga maratones de 2k / 5k / 10k y suba fotos a Instagram, no asuma una posición política y la defienda, no se tome cualquier reclamo como un abuso y no critique el sistema, se verá abocado a una persecución propia del medioevo, con matoneo y vejamen público en redes incluido.
Hay que tomar partido, hay que enclaustrase en algún ismo, hay que ser esclavo de alguna creencia. Es muy patético ver cómo la gente se transforma en un ejército inquisidor y soberbio, rebosante de autoridad moral, para imponer un nuevo orden, neoverdades tendenciosas que también buscan un afán comercial, porque la falsa verdad también es un negocio y precisa de estos defensores de oficio.
Porque bien lo dice una frase atribuida al dramaturgo inglés Sir George Bernard Shaw: “No doy mi vida por ninguna ideología, pues probablemente esté equivocado”. Así que, amigos, no cuenten conmigo para servirles de caja de resonancia de nada. Ya los veré cambiar de opiniones y asumir nuevas posiciones, porque recuerden que, al final, uno termina indefectiblemente convertido en lo que siempre criticó.