9 de marzo de 2006

Sexo

Mi peor polvo

Mi peor polvo, además de peor, fue ridículo. Pero no porque el polvo fuera malo sexualmente hablando, no, porque la verdad es que el tipo era bastante bueno y nuestra compatibilidad se puso de manifiesto muy pronto, sino porque el tipo era colombiano. Eva Rey cuenta su historia.

Por: Eva Rey

Mi peor polvo, además de peor, fue ridículo. Pero no porque el polvo fuera malo sexualmente hablando, no, porque la verdad es que el tipo era bastante bueno y nuestra compatibilidad se puso de manifiesto muy pronto, sino porque el tipo era colombiano. Española, colombiano; primera vez juntos, primera vez que ambos dormíamos con nacionalidades diferentes. ¡Y la cagada! Nuestro idioma, aunque español, también era diferente. ¡Qué iba a saber yo que culear es tener sexo o que lubricar es mojar. ¡Dios mío! Y pasó lo que tenía que pasar.

Comencemos por el principio. Primera vez que nos encontramos. Estoy en un restaurante con unos amigos. Llega él. Lo miro y miro a mi amiga. Le pico un ojo. El tipo está como bueno. Ella me sonríe. Nos hemos entendido. Vuelvo a mirarlo. Me tiende una mano y se presenta: "Hola, soy Julián", y me sonríe. Noto que me pongo roja. Yo le tiendo la mía: "Eva, encantada de conocerte". Se sienta entre su amigo y yo. Comienza a hablar con él y yo hago lo propio con mi amiga. No puedo evitar afinar el oído. Quiero saber de que está hablando con su camarada y, como todas las mujeres, reinas en la cualidad de llevar una conversación mientras prestamos atención a otra, aguzo el oído. Le está contando algo sobre la noche anterior. "No he dormido nada en toda la noche, hermano", oigo que Julián le está diciendo a su amigo. "Aja", pienso para mis adentros. "Hermano. Es colombiano". Sonrío. "Umm, me gusta.". Sigo escuchando. "Y, nada, marica. Culeamos toda la noche". Casi me atraganto. "Mierda", le digo a mi amiga. "Es gay". Me desinflo en la silla. Esto solo me puede pasar a mí. No podía ser perfecto. Guapo, moreno, con esos pantalones anchos y su camiseta apretadita marcando bíceps, pelo parado, hasta el nombre me gusta. y, para rematar, es colombiano. ¡El hombre perfecto! Pero no, claro, algo tenía que fallar: es marica.

Julián se levanta a la barra. Va a pedir algo de tomar. Aprovecho para interrogar a su amigo. "No me puedo creer que sea gay. ¿Por qué?", le pregunto lastimeramente. "Es que el tipo está buenísimo". Su amigo me mira sorprendido: "¿Quién es gay?". "Julián, tu amigo", le respondo. "¿Que qué?", y comienza a reírse en mi cara. Y yo lo quiero matar. "¿Por qué piensas que Julián es gay?". "Porque él mismo lo dijo", respondo. "Se pasó toda la noche culeando, ¿no? Y culear. pues solo culean los gays, por el. ya sabes.", le digo cuidando el volumen de la voz. Su amigo se ríe más fuerte y yo siento que mis ganas de asesinarlo aumentan. "Eva", me dice, "culear es acostarse con alguien, tener sexo con alguien, da igual si es hombre o mujer. Es una palabra colombiana, no tiene nada que ver con el culo, ¿no lo decís así en español de España?". Niego con la cabeza. Lo miro confundida. "¿Eso quiere decir que no es gay?". Él asiente. "Y la de anoche. ¿es algo serio?". "Pues no lo sé", responde encogiéndose de hombros, "pero no lo creo". Julián vuelve y yo me enderezo en la silla mientras, disimuladamente, me acomodo la falda bastante más arriba de la rodilla y me tiro de la camiseta hacia abajo reacomodándome el escote. Suspiro. Comienza la caza.

Ha pasado una semana desde aquel día. Julián y yo no hemos parado de mandarnos MSN por el móvil. Ya estoy que reviento. Necesito verlo, pasar a la acción. Esta noche hay una fiesta en la casa que comparto con unas amigas y tengo buenas vibraciones. Nos encontramos por fin. Decido beber un poquito. El mareo me da seguridad. Me acerco a él y comenzamos a hablar. Buen rollito. Hay conexión. Acompaño a mi amiga a la cocina a por más trago. Ya estoy totalmente mareada. Le sonrío y le susurro que Julián me encanta. Volvemos a la fiesta. La música ya está a tope y los invitados cada vez más contentos, bailando y mezclándose entre ellos. Julián se me acerca, me coge la mano, me susurra algo al oído, río feliz y me besa. Allá vamos.

Lo siguiente que recuerdo es que estamos en mi habitación. Comenzamos a besarnos mientras nos desvestimos. El alcohol nos hace actuar apasionadamente, pero con prisas. Ya estoy en ropa interior. Julián se separa de mí, me mira fijamente y me pregunta: "¿Y ese atrapapedos?", mientras señala con el dedo. ¿mis bragas? "¿Perdón?", le pregunto. "Dios mío", ríe Julián, "hacía siglos que no veía unas de esas, vaya matapasiones", y sigue riendo. Me las quito rápidamente, confundida y avergonzada. Prefiero no decir nada para que pase rápidamente ese momento. Volvemos a besarnos, aunque a mí se me ha cortado un poco el rollito. No pasa nada. Julián empieza a tocarme y enseguida vuelvo a meterme en situación.

Ya estamos en la cama. Desnudos los dos. "Umm", dice Julián. "Lubricaste rápidamente". Ahora soy yo quien lo aparta. "¿Lubriqué?". Pienso en un coche. ¿Me está hablando de carros mientras lo hacemos? Comienzo a enfadarme. "¿Lubriqué?", vuelvo a preguntarle, esta vez un poco más tensa. Julián me mira fijamente. "Sí, lubricaste, mojaste.". Dios mío, con quién me estoy acostando, en qué idioma me está hablando. "Lubricar", le digo perdiendo la paciencia, "es echarle aceite al coche; las mujeres no lubricamos, gracias, nos mojamos". Julián no entra al trapo. Más tarde me diría que prefirió callar para no estropear más el momento y decidió seguir besándome, eso sí, jurándose no abrir más la boca para no confundirnos más. Ojalá lo hubiera hecho.

Seguimos retozando. Me está costando concentrarme, sin embargo, al cabo de un rato ya vuelvo a mojar o lubricar, da lo mismo. El caso es que ya estamos otra vez en situación y el clímax se está acercando. Julián no ha vuelto a decir nada. Todo es con suavidad pero en completo silencio. Se lo agradezco. Tampoco hay tanta confianza y para mí es más cómodo. Además, mi poder de concentración aumenta cuando no me hablan. Ya estoy completamente relajada, me estoy dejando llevar y, cuando creo que ya estoy llegando, Julián comienza a susurrar: "Me voy a venir, me voy a venir.". Abro los ojos. No me lo puedo creer. Esta encima de mí y, bruscamente, lo aparto de mí. "¿Que te vas a dónde?", le grito histérica. Estoy enojadísima. Julián está blanco, temblando, desnudo en la cama y respirando agitadamente. Yo me he cubierto con la sábana y lo único que quiero es que se vaya. Vuelvo a gritarle. "¿No te quieres ir? Pues vete". Julián me mira perplejo. "¿Pero que me vaya a dónde? ¿Pero de qué hablas?". De pronto se levanta y se lleva las manos a la cabeza. Vuelve a la cama y me agarra una mano. "Eva", me dice despacio, "escucha, no me quiero ir, eso no es lo que dije. Lo que he dicho es que voy a venirme, es decir, que voy a tener un orgasmo". Ahora sí que me da algo. "Eso es correrse", le grito. "¡Correrse!". Hago énfasis en la palabra. "¡Por Dios!", vuelvo a gritar. Me acuesto y me hundo entre las sábanas. Se acuesta a mi lado. No quiero ni hablarle. Vaya cagada de noche. O sea, que lubrico o mojo y, total, para nada. Ni él se viene ni yo me corro. "Nunca más con un colombiano", me prometo. La próxima vez me busco uno mudo. Y Julián me duró cuatro años.

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